DIOS CAMINA ENTRE LOS MAYAS
“Y llegando a un cerro, ahí se juntaron todos los quichés con los pueblos y ahí se juntaron a consejo todos... Ahí se juntaron a aguardar que amaneciese... Y por eso estaban con gran pena, y padecían gran dolor, porque no tenían comida ni sustento,... Eran ayunadores en la obscuridad y la noche y tenían gran tristeza cuando estaban sobre el monte... Y estaban en vela sin dormir y era grande su llanto porque amaneciese y aclarase... Y decían: ¡Ay de nosotros amargamente hemos venido! ¡Ay que habiendo venido a ver el amanecer, no amanece!... Hemos sido desamparados.. Y (entonces) fué el esclarecer y manifestarse el Sol, la luna y las estrellas... cuando se vió el lucero, que salió primero ante el Sol. Y entonces desataron los tres dones que habían pensado en su corazón.. Y de dulzura lloraban, y cuando bailaron quemaron su copal, el amado y precioso incienso...Y allí les amaneció a los pueblos... Y cuando salió el Sol se alegraron (también) todos los animales chicos y grandes...Y luego todos cantaron y gritaron... Y estaban de rodillas los Señores y sus vasallos, los de Tamub e Ilocab, con los de Rabinal y Cacchiqueles, los de Tziquinahá y Tuhalhá, Uchabahá, Quibahá, Ahbatená y los de Yaqui Tepeu y cuantos pueblos había y hay ahora que no son contables. Y juntamente a todos les amaneció.” (Pop Wuh 642-671)
En espera del nuevo amanecer
Cuando en el pasado sobrevino varias veces la oscuridad y la noche, como resultado de crisis globales o parciales de la Civilización Maya, los pobres buscaban la seguridad de un pequeño cerro y ahí, en ayuno y oración, esperaban apesadumbrados el advenimiento del Sol que calentará la vida del mundo nuevo, que debía nacer. Y la señal que les llenaba de gozo era la estrella de la mañana, que precede al amanecer.
Hoy, en circunstancias similares a las del pasado, los hijos de las Mayas, nos reunimos también en oración, al amparo de un cerrito. Y ahí descubrimos cómo, a pesar de plagas y sequías incontables, en la milpa de los tiempos modernos está germinando la semilla indígena de la vida que sembraron nuestros antepasados. Los rostros milenarios de Dios, que celosamente guarda nuestro pueblo en la tradición maya, y que antes eran ignorados y hasta condenados, aparecen de pronto, ante la mirada de fieles y pastores de la Iglesia, como admirables rosas, que fueron cultivadas en el invierno frío impuesto sobre nuestros pueblos. Y que ahora son entregadas como ofrenda de solidaridad surgida desde abajo. En este hecho vemos cómo la moneda perdida del evangelio vuelve a encontrarse, al barrer cuidadosamente la casa, y puede ser acogida por los demás con la alegría de quien halla un tesoro muy valioso (Cf. Lc. 15, 8-10).
Los indios no somos el problema
En la crisis actual de la civilización occidental, en la que también los mayas nos encontramos inmersos, las cosas han ido cambiando muy de prisa. Ella no es simplemente una crisis de crecimiento del sistema social vigente, que buscara formas nuevas de convivencia social dentro de la modernidad, sino expresión de la esclerosis de un sistema que ha agotado sus posibilidades de renovación. De modo que, por eso, se ha provocado también una crisis no sólo en la interpretación del hecho, sino en la búsqueda de alternativas de solución.
Es lo que ha hecho posible algo antes impensable: Las voces silenciadas de antaño empiezan a ocupar un nuevo espacio en la atención de quienes anhelamos otras formas de vida más humanas y más cristianas. Los pueblos indígenas, no sólo de América Latina sino de todo el mundo, que son la más antigua población excluida, y que secularmente han resistido a los dictámenes injustos de quienes dirigen los destinos de las naciones, ya no somos considerados ahora como los causantes del retraso en el advenimiento de la modernidad; sino como referencia importante para la construcción de propuestas alternativas que nos pongan a todos más allá de esta modernidad deshumanizante. Tienen razón los hermanos de Paraguay, al plantear: “Los indios no somos el problema; somos la solución”.
Impacto indígena en la sociedad
La voz indígena de hoy está calando fuertemente en casi todos los demás sectores de la sociedad, los cuales, consciente o inconscientemente, la han ido incorporando a su esquema de pensamiento y acción. Y ello es así porque, ante la contundencia de los hechos que manifiestan la crisis, estos sectores se han convencido de que tenemos razón los indígenas al sostener tercamente hasta el presente un “no” rotundo a sistemas impuestos desde fuera. Economistas, sociólogos, antropólogos, cientistas, políticos reconocen la justificación de nuestra oposición radical a esos proyectos de muerte. Igualmente sectores de base como campesinos, obreros, colonos, migrantes están retomando lo indígena como parte integrante de su ser y su pensar.
La lucha indígena en el ámbito religioso
Pero donde aparece con mayor claridad que está echando raíces la palabra indígena es, sobre todo, en el ámbito religioso, que había sido el último reducto de la resistencia india. Tanto en la religiosidad popular y en las expresiones de las religiones ancestrales que perduran, como en las esferas institucionales de la Iglesia, se percibe el impacto de la voz indígena.
En los últimos treinta años, muy rápidamente se ha ido gestando en los indígenas en general, pero particularmente en los que somos miembros de las iglesias, la conciencia de que es necesario reivindicar el derecho a pensar y vivir la religión en esquemas no ajenos a nuestra matriz cultural propia. Esta insistencia, antes etiquetada como incompatible con la ortodoxia cristiana, ahora tiene cauces amplios de realización y circula con bastante libertad en las instancias oficiales de la Iglesia, con una legitimidad no exenta de contrariedades.
Nuevo protagonismo indígena en la Teología y en la Iglesia
En este ámbito se ubica el nuevo protagonismo teológico de los indígenas en los últimos años. Protagonismo que está obligando moralmente al resto de la Iglesia a repensar en profundidad esquemas y modos de actuar la fe, que son incongruentes con el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Esto ha motivado la puesta en marcha de una nueva actitud pastoral en miembros importantes de la estructura eclesiástica católica y protestante, dispuestos ahora a una seria inculturación del Evangelio. Es lo que ha dado origen al especial tratamiento y consecuente acompañamiento pastoral de la teología india o teología indígena en sus diferentes vertientes y modalidades.
Se trata en sentido estricto no de una tendencia teológica nueva, que haya surgido de otra tendencia anterior. Ella ha estado presente desde el inicio de la evangelización de este continente. Más bien es una actitud renovada de los cristianos frente a los esquemas de pensamiento teológico que vienen de las raíces ancestrales de nuestros pueblos, y que perviven a pesar de las restricciones a que han sido sometidas.
Antes se pensaba que los indígenas podíamos prescindir de esas raíces ancestrales, sin ningún costo para nuestra integridad de personas y de pueblos. Más aún se postulaba que renunciar a ellas era requerimiento de conversión auténtica al Evangelio. Ahora, en cambio, no únicamente se postula que no hay que renunciar a la identidad originaria para entrar en la Iglesia, sino que asumirla en profundidad y plenificarla es condición indispensable para encontrarse con Cristo y para inculturar radicalmente el Evangelio.
En América Latina se han suscitado múltiples procesos indígenas de elaboración teológica a partir de esta convicción. Muchos han contado con la asistencia y acompañamiento jerárquico de la Iglesia, y sus conclusiones están siendo llevadas a las instancias institucionales de ella para su conocimiento, valoración y reconocimiento. Otros no han tenido la misma suerte y caminan autónomamente del Magisterio a veces al margen de cualquier intervención oficial, y a veces incluso en confrontación con algunos miembros de la Iglesia.
Caminar teológico mayense
En la región mayanse o mayense de Mesoamérica, - que cubre buena parte de México, de Honduras, de El Salvador y toda Guatemala -, como resultado de un proceso largo de siembra del evangelio en la vida de nuestros pueblos (Cf. Carta Pastoral de la CEG en 1992, intitulada “500 años sembrando el Evangelio”), gran parte de nosotros nos hemos convertido al Cristianismo y ya estamos integrados a la Iglesia.
Pero, en los últimos tiempos, también a consecuencia de una nueva evangelización más dialogante y crítica del pasado colonial, ha surgido en los mayas convertidos al cristianismo el deseo explícito de unificar en nuestra alma las concepciones y prácticas religiosas que quedaron contrapunteadas a consecuencia de una evangelización intolerante de años anteriores.
Estamos convencidos de que no debemos mantener el corazón hecho un campo de batalla de teologías y religiones. Ese ha sido el clamor convertido en grito desesperante que se levanta también en muchas otras partes del subcontinente latinoamericano. Para evitar esquizofrenias y sincretismos deplorables hay que iniciar procesos amplios de terapia espiritual que nos lleven a la elaboración de síntesis vitales mediante el diálogo de religiones tantas veces truncado en el pasado.
Esta tarea la estamos asumiendo catequistas, diáconos, sacerdotes, pastores, religiosas y demás servidores indígenas de las comunidades. Algunos obispos comprendieron desde el principio la importancia del esfuerzo y se han involucrado en su puesta en marcha. Fruto de ello ha sido el florecimiento de la voz indígena en nuestras iglesias particulares, que se han visto enriquecidas con nuevas perspectivas del conocer divino. Han habido también quienes malinterpretan nuestras inquietudes y consideran que hay detrás de nosotros manipuladores profesionales o tendencias teológicas criticables.
Dios y los Mayas
La Teología India Mayense, al hurgar en la memoria histórica de nuestros pueblos, ha ido desenterrando o desempolvando las imágenes o concepciones más antiguas de Dios y las ha ido mostrando con la novedad de las cosas perennes. Dios no es, para nosotros, el inasequible, el absoluto, el abstracto, el lejano; ni siquiera el Teotl nahuatl sin rostro ni figura, el que habita en el alto cielo; sino que es, como siempre ha sido, el que nos abraza y al que abrazamos, el que está Cerca y Junto de nosotros, Aquel por quien vivimos, el Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, nuestra Madre y nuestro Padre.
Los encuentros ecuménicos de Teología India Mayense han sido expresión de este borbotón de vida teologal que procede de las comunidades indígenas de nuestra área. Por eso hemos tenido cuidado de testimoniar ante los demás hermanos cuál es el sentido de nuestra búsqueda teológica, cuáles son los caminos que hemos emprendido, cuáles han sido las dificultades y cuáles los logros alcanzados.
Varios encuentros teológicos hemos realizado en nuestra área: algunos a nivel local o nacional, otros a nivel de los cuatro países de la región: Guatemala, México, Honduras y El Salvador. El Tercer Encuentro amplio de Teología India Mayense se llevó a cabo en la Ciudad de Guatemala, en junio de 1996, bajo el auspicio de la Comisión Nacional de Pastoral Indígena de la Conferencia del Episcopado de Guatemala.
En la mayoría de nuestros encuentros hemos contado con la valiosa colaboración de hermanos no indígenas que nos ofrecen su sapiencia y pericia en la elaboración teológica dentro de parámetros eclesiales. Pero en el último encuentro descubrimos que también hay entre nosotros compañeros indígenas que se han hecho diestros en los esquemas teológicos intraeclesiales. Y ellos son desde entonces nuestros asesores. Lo cual significa un avance muy importante en el camino de consolidar nuestro protagonismo en la Iglesia.
Nos sentamos en el petate del pueblo
Durante este encuentro, en la oscuridad de la noche que nos parecía interminable, nos sentamos en oración en el petate (pop) del pueblo. Y, como los Hebreos en Egipto, comimos las hierbas amargas de nuestras desdichas; y activamos los ritos de nuestra esperanza y compartimos la palabra perenne de nuestros mitos. Saboreamos, con gusto, la palabra sabia de nuestras ancianas y ancianos, y de nuestros pastores. Después en silencio encendimos nuestras candelas y quemamos el precioso copal, para que lleve a Dios nuestras plegarias. Luego cantamos y bailamos al son de los instrumentos ancestrales, apenas vislumbramos en el horizonte el Lucero que anuncia la llegada del nuevo Día.
Era la señal de que Hunahpú y las Abuelas y Abuelos, y también el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, nos habían dado una nueva oportunidad para la vida, para la paz y la justicia. Por eso, al término del encuentro, salimos convencidos de que en adelante depende de nosotros dar cauce histórico a este Kairós de gracia.
Nuestra palabra teológica
La memoria de ese encuentro es lo que a continuación ofrendamos a todos como testimonio de nuestra búsqueda, marcada por el dolor y por la esperanza, y que es precursora de un parto largamente esperado de nuevas realidades más humanas y más justas para todos.
Nuestra palabra la decimos como expresión de un pensamiento teológico en proceso de gestación y con ánimo dialogante. No se trata de una palabra definitiva ni definitoria. Más bien es una propuesta que busca engarzarse con otras palabras en un esfuerzo de labor conjunta realizada entre muchos. Sabemos que el ser humano: hombre-mujer, es fruto de un diálogo de amor que no se debe acabar. Este diálogo tuvo comienzo en el origen de todo cuando el Formador y Creador habló y la creación apareció como interlocutor de Dios. Este diálogo adquiere dimensión plena cuando el ser humano se convierte en interlocutor adecuado para Dios, por ser el único capaz de conocer, de hablar y decir el nombre de su Creador; el único capaz de alabarle y darle gracias. Por eso el diálogo más trascendental, y del que proceden los demás diálogos, es el diálogo con Dios. Este diálogo, deseado por El, no se acabará, pero su concreción histórica depende en gran medida de nosotros.
¿Qué es la Teología para nosotros?
La teología que nuestros encuentros van mostrando es la reflexión sobre cómo nuestro pueblo maya pone toda su confianza en Dios; cómo se acerca confiadamente a El, le agradece y le pide las cosas que necesita. También esta teología refleja cómo nos acercamos a nuestros antepasados, y cómo hemos sentado a Cristo en el petate de nuestra vida.
Con la teología el pueblo maya descubre y manifiesta la presencia y la acción de Dios en nuestra cultura y realidad actual. Por eso, nuestra teología es una reflexión continua y vivencial de lo que somos y queremos ser. Ella pasa de generación en generación, y trata de nuestra relación con Dios, con la naturaleza, con las personas, con los acontecimientos, con las cosas.
En la Teología Maya mostramos la sacralidad presente en nuestra vida con todo lo que implica. Y la expresamos en las formas culturales que nos caracterizan, es decir, en ritos, mitos y leyendas; en oraciones, consejos y dichos populares. Nuestras comunidades en todo ven a Dios presente y viven gozosamente esta presencia. Por eso nuestra teología tiene que ver también con esta cosmovisión unitaria y sagrada del pueblo. Ella habla de la vida de manera integral e integradora.
Nuestra teología es un conjunto de vivencias y experiencias religiosas que se nutren del lenguaje mítico-simbólico de la sabiduría que hemos recibido de los abuelos y abuelas y que cada día ampliamos más al hacerla vida en la comunidad.
Tropiezos en nuestro camino teológico
En el camino de la Teología India Mayense ha habido dificultades y tropiezos. Algunos se deben a la actitud intolerante que aún prevalece en varios miembros de la Iglesia. Otros provienen de la práctica teológica dominante que carece de categorías adecuadas para la comprensión de teologías que son elaboradas con otros esquemas y marcos de producción intelectual. Enumeramos aquí sólo algunas de estas dificultades.
- El concepto de teología como reflexión choca con la teología como vivencia: Como ha expresado atinadamente uno de nuestros voceros, el P. Eleazar López, "siempre que se habla de “teología” en Occidente se la entiende ligada necesariamente a la labor intelectual de las iglesias y concretamente de la Iglesia Católica. Pero la teología no es propiedad exclusiva de nadie. Todos los grupos humanos que hacen experiencia de Dios, generan teologías que buscan expresar esta experiencia trascendental. Es el caso de los pueblos originarios del llamado “Nuevo Mundo”, o Continente Americano, quienes desde milenios han estado en constante comunión con el Creador y Formador. Pero la voz teológica de estos pueblos no había tenido ningún reconocimiento en la Iglesia. Y ello por varios motivos.
A nuestro parecer en Occidente la razón ocupa un lugar predominante sobre las demás facultades humanas. Por ello incluso en la teología se ha pretendido obligar a la razón a explicar “científicamente” la fe, como si la ciencia teológica tuviera que ver más con libros, tesis, conocimientos teóricos, elucubraciones abstractas, que con la experiencia vivencial de Dios.
Por el contrario en los pueblos indígenas se parte del reconocimiento de que no es posible encasillar en la lógica humana el ser y el quehacer de Dios. Conocer, entre nosotros, no es sinónimo de comprender o aprender al objeto conocido. Por eso conocer a Dios no implica objetivarlo, es decir, ponerlo, como a cualquier objeto de conocimiento, en las rejas de la prisión intelectual de quien lo conoce.
Si la teología se redujera a abstracción de Dios, ella no tendría cabida en los pueblos indígenas de hoy. Y tendrían razón los críticos de la Teología India, al decir que no existen libros ni planteamientos teóricos sólidos en ella. Porque no se trata de una corriente teológica en la misma perspectiva racionalista de otras teologías. La Teología India no busca explicar racionalmente a Dios. La Teología India simplemente es el cúmulo de sabiduría religiosa de los pueblos originarios de América, con la que afrontaron y siguen afrontando los problemas de la vida. Los pueblos indígenas y, en general, los pobres no hablan de Dios. Más bien hablan con Dios. Y no les interesa convencer a nadie de la racionalidad del misterio de Dios, en el que ellos viven y se mueven. Simplemente lo experimentan y lo comunican a su manera, que básicamente es al modo mítico-simbólico heredado de los antepasados. Es lo que llamamos hoy Teología India, que es un fenómeno nuevo y a la vez muy antiguo" (Cfr. Entrevista publicada en la Revista Jesús, Roma, junio de 1996)
En nuestra Iglesia existen todavía, para la aceptación de la producción teológica, excesivas exigencias academicistas, que ponen en desventaja elaboraciones teológicas hechas por gente sencilla del pueblo. Como que los sabios de este mundo tuvieran preeminencia en las cosas de Dios, olvidándose de que son los pobres y sencillos los que más conocen a Dios; aquellos a quienes el Padre se ha complacido en revelarles su misterio (Cfr. Lc. 10, 21-22). Este es un obstáculo grande con el que se enfrenta la Teología India al relacionarse con otras teologías de la Iglesia. Pero poco a poco vamos ganando espacio en este sentido.
- El término “indio” no es aceptado por todos; porque es foráneo y ofensivo: Ciertamente la categoría foránea de indio, cuyo origen se debió a un error geográfico de Colón, no tendría para nosotros ninguna connotación ofensiva, como no la tiene para los habitantes de la India, si no se le hubiera cargado de los sentidos negativos que la sociedad colonial le dio en los 500 años. Porque, de hecho, indio ha llegado a ser, en nuestro medio, sinónimo de no-hombre, no-persona, no-pueblo, no-creyente, es decir, alguien a quien se le ha negado absolutamente sus derechos humanos, civiles, políticos y religiosos. Una categoría así evidentemente resulta repugnante para quienes tomamos conciencia de todo lo que implica. Ya que ni nuestros antepasados ni nosotros somos o queremos ser eso que la sociedad colonial nos impone.
De modo que es perfectamente entendible que muchos hermanos indígenas se resistan a ser llamados indios y prefieran hurgar en su historia para rescatar los nombres originales de sus pueblos y comunidades. Nombres que hablan de la vocación sublime que heredamos de Dios y de los antepasados, y que hacen énfasis tanto en lo que nos hermana con todos los seres humanos, como en los rasgos específicos que nos hacen diferentes.
Seguir aceptando acríticamente que otros nos pongan nombre es renunciar a nuestro derecho de existir por nosotros mismos, de ser nosotros mismos. En cambio llamarnos con los nombres que vienen de nuestro caminar milenario es rescatar nuestro proyecto de vida, que nos da identidad propia. Es empezar a ejercer nuestro derecho a la autodeterminación, elemento fundamental para la autonomía.
Sin embargo, al mismo tiempo que afirmamos lo anterior, también sostenemos que aceptar la nomenclatura globalizante de indio no conlleva necesariamente conformarse con la opresión. Es también tomar conciencia de una realidad dada que, precisamente porque nos duele, debe movernos al compromiso de cambiarla. Aceptar ser indios es también una manera de asumir la realidad de negación, que se nos impuso, para transformarla en afirmación de nuestro ser, uniendo esfuerzos con todos los hermanos que sufren lo misma situación. Ser indios nos hace hermanos de todos los descendientes de los pueblos originarios de América.
En base a la experiencia hemos llegado a la convicción de que no es posible rescatar hoy nuestros nombres originales si antes no pasamos por el proceso de purificación de nuestro ser indio. Tienen razón quienes señalaron que “si con la palabra indio nos oprimieron, con la palabra indio nos liberaremos”.
Hoy por hoy para llegar a ser mayas (identidad cultural específica, que nos viene de nuestra pertenencia étnica), debemos pasar primero por ser indios (identidad sociológica genérica, que proviene de nuestra situación de clase social oprimida).
Además la categoría indio cubre una etapa larga de la historia de nuestros pueblos que, querámoslo o no, ha marcado profundamente nuestro ser original. No es posible cerrar los ojos a este hecho como si pudiéramos borrar de un plumazo 500 años de historia. Bien que mal ese medio milenio ya forma parte de nuestro ser indígena. Nuestras culturas ya no existen en estado puro, como en el pasado, sino que se han transformado recibiendo y ofreciendo influencias de otras culturas. Nuestro ser actual es resultado de las interacciones que el pueblo hizo con el mundo exterior durante el tiempo colonial y el moderno.
Aún cuando hubo pueblos que totalmente fueron marginados o se marginaron por sí mismos del contacto colonial, el hecho mayor es que las culturas indígenas de hoy se indianizaron, es decir, se ajustaron a las condiciones reales de reproducción que les permitió la sociedad colonial. Se hicieron culturas indias tanto por la presión del exterior como por la interiorización, hecha por el pueblo de muchos elementos venidos de la sociedad colonial.
En ese sentido, no es exacto decir que las culturas indígenas resistieron a la obra colonizadora poniéndose pasivamente en estado de hibernación, es decir, creando mecanismos de aislamiento y protección, al margen de la influencia externa; sino que muchas se relacionaron activamente con la sociedad colonial y asumieron conscientemente los aportes de ella y, en consecuencia, reformularon en distintos grados todo su mundo cultural propio. Los frutos de esta transformación son las expresiones culturales que actualmente tenemos en nuestras comunidades. Con ellas nos damos identidad y con ellas hemos de afrontar los problemas de la vida.
En el espacio religioso es donde mayormente se ha dado la reformulación. Por eso lo que tenemos ahora ya no son las teologías originarias, por más que ellas se hallen en la base y sea necesario explicitarlas, sino teologías indias, es decir, repensamientos teológicos hechos estando dentro de la sociedad envolvente. De modo que pretender un retorno acrítico al pasado, sin tomar en cuenta la elaboración hecha creativamente durante los 500 años, es atentar contra nuestra propia integridad, es negarnos a la riqueza creada por nuestros pueblos en ese tiempo, es pensar que nuestros abuelos y nosotros dejamos de ser creativos durante medio milenio.
Entendemos a los hermanos que hacen planteamientos en el sentido de la pureza étnica y religiosa, porque sabemos que ellos reaccionan al dolor provocado por las vejaciones sufridas durante los 500 años. Pero no podemos menos que llamar la atención sobre el peligro de evasión de la historia que estas actitudes pueden provocar.
Es cierto que las teologías originarias deben ser referencia obligada para los indígenas de hoy, como lo es la Biblia para los cristianos, porque son fuentes autorizadas de inspiración para nuestro compromiso actual ante la vida. Pero querer transportarlas de manera fundamentalista como si aún estuviéramos en el pasado es caer en fanatismos enajenantes de la historia, que más que ayudarnos a salir adelante retrasan nuestra liberación. También respecto a los textos sagrados de nuestros pueblos hay que distinguir el espíritu que vivifica de la letra que puede llevar a la muerte.
En las teologías indias de hoy, sobre todo en el caso de los pueblos mayenses o mesoamericanos, que son de largo contacto con el exterior, están incluidos tanto elementos prehispánicos como elementos venidos del mundo cristiano. Y ambos están ensamblados no de un modo accidental o superficial, sino substancial y profundo. No se puede pensar que lo cristiano es como una camisa sobrepuesta que puede ser quitada fácilmente. No es así, ese aporte ya se ha hecho piel y carne de nuestra carne. Porque es resultado de procesos largos de inculturación llevados a cabo por nuestros abuelos y abuelas que entraron en contacto con Cristo en el pasado.
En consecuencia lo que tenemos que hacer hoy, y estamos haciendo en los encuentros de Teología India, es reconciliarnos con esa síntesis vital hecha por nuestros pueblos y defenderla como legítima tanto dentro de la Iglesia como de cara a nuestros demás hermanos indígenas. La Teología India Cristiana no es simplísticamente una traición a lo propio, sino más bien una recreación del mundo maya en base a diálogos enriquecedores, donde dimos y recibimos, donde fecundamos y fuimos fecundados. Pensar las cosas así evitará radicalismos que desarticularían nuestra integridad espiritual.
¿Cosmovisión, Mitología o Teología? ¿Religión o Espiritualidad?
La antigua nomenclatura racista que catalogaba la fe indígena como diabólica o idolátrica ha sido superada. Pero el nuevo acercamiento al indígena no encuentra aún las categorías adecuadas para comprender el mundo simbólico de nuestros pueblos. Los antropólogos lo denominan cosmovisión, es decir, visión del cosmos o del mundo, poniendo el énfasis en una perspectiva racionalista que no manejamos a cabalidad los indígenas. Los profesionales de la religión dicen que es espiritualidad, en cuanto fuerza interior que mueve la vida de nuestros pueblos y que no está debidamente estructurada como las religiones que tienen creencias, prácticas e instituciones perfectamente establecidas.
Unos y otros analistas tienen dificultad en aplicar al mundo indígena las categorías de conocimiento surgidas del mundo occidental. Por eso tampoco se animan a utilizar el término teología por lo rudimentario, según ellos, del método y de la expresión de esta sabiduría popular. Más bien prefieren hablar de mitología.
Haciendo a un lado el lenguaje antropológico, debemos reconocer que la práctica religiosa de nuestros pueblos, al ser menos estructurada hoy, le cabe mejor la categoría de espiritualidad y no tanto de religión. Porque la espiritualidad hace alusión a un dinamismo que circula libremente por senderos que están en constante reestructuración. En cambio la religión requiere necesariamente de instituciones y prácticas muy estructuradas.
Sin embargo, la espiritualidad indígena tuvo en el pasado estructuras propias, equiparables a las de las religiones más desarrolladas; y tales estructuras, aunque reducidas a veces a su mínima expresión, se conservan actualmente. Y en el magisterio pontificio y latinoamericano reciente se le denomina Piedad Popular, Religiosidad Popular; pero, al mismo tiempo, se sugiere que debería llamársele Religión del Pueblo (Cf. EN 48, DP 444 y sigs.).
Prejuicios contra la Teología India
La lejanía y sobre todo el desconocimiento del mundo indígena ha hecho que algunos miembros de la Iglesia sientan temor y muestren mucha desconfianza frente al fenómeno religioso indígena, incluida en él la Teología India. Les parece que se trata de un sinsentido o un peligroso retorno a etapas ya superadas del paganismo prehispánico. Les parece así mismo que estas tendencias teológicas no pueden ser auténtica voz de las comunidades, sino únicamente preocupación de individuos particulares afectados por influencias externas o ideologías virulentas.
Quienes así piensan seguramente han sido mal informados por segundas o terceras manos y, en consecuencia, no han tenido contacto directo con nuestra gente, no han escuchado el río de lágrimas que ella vierte a diario a causa de sus lamentos, miserias, penas y dolores (cf. Nican Mopohua). Por eso en esas personas prevalece el prejuicio muy antiguo de que si los indios hablamos o hacemos algo, es que hay alguien detrás que nos mueve o malaconseja. Y es que también ante nosotros la duda sigue siendo: “¿De Nazaret puede venir algo bueno?” (cf. Juan 1,46).
Hay personas instituidas en poder eclesiástico que, ante los pueblos indígenas, se ven tentadas a actuar intempestivamente, en base a sus temores y desconfianzas, atacando antes que escuchando. Por eso quisieran juzgar y condenar, cuanto antes, a la Teología India, sin conocerla de cerca y sin permitirle que muestre todas sus potencialidades. Y es que el fantasma de la Teología de la Liberación, a la que ellas consideran liquidada, se les aparece como espanto al momento de escuchar algo de la Teología India.
Pero la Iglesia se está convirtiendo
La prevención de algunos pastores hacia el mundo indígena constituye una traba importante que se interpone de muchas maneras en el camino del reconocimiento eclesiástico de la Teología India. Pero afortunadamente tales prejuicios y temores no han prevalecido en los altos niveles de la Iglesia. Gracias a la presión de pastores y teólogos de mucha valía, ella se ha comprometido ante los pueblos indígenas y afroamericanos a “acompañar su reflexión teológica, respetando sus formas culturales, que les ayudan a dar razón de su fé y esperanza” (SD. 248).
Son muchas las razones para este nuevo acompañamiento pastoral: En primer lugar los pueblos indígenas ya no somos vistos como los “más pobres entre los pobres” (DP 34); sino como “pueblos poseedores de innumerables riquezas culturales, que están en la base de nuestra identidad actual” de América Latina (SD 34), y son el “sustrato más firme de la identidad pluricultural y pluriétnica del continente” (SD 244 y 252).
Por esa razón, aunque las presiones de condenación de la Teología India se hicieron presentes recientemente, la decisión del Magisterio fue positiva: “Particularmente importante nos ha parecido el acompañamiento de la reflexión teológica a partir del mundo indígena y afroamericano que va surgiendo como una alternativa a reduccionismos de antropólogos con tendencias de arqueología o a una instrumentación folclórica o turística. En cada uno de nuestros hermanos, ya sea indígena, afroamericano o mestizo, hay una persona humana que merece el más profundo respeto y también una teología que le ayude a una vida digna y a una comunión con Dios y con sus semejantes” (Comunicado de los obispos responsables de las comisiones doctrinales de las Conferencias episcopales de América Latina, reunidos con el Cardenal Joseph Ratzinger, en Guadalajara, México, mayo de 1996).
Futuro de la Teología India
Hasta ahora el balance final del caminar de la Teología India, no sólo en la Región mayense, sino en las demás regiones, es altamente esperanzador. Los múltiples tropiezos del camino no han detenido el avance. Todo lo contrario: nos han urgido a ser más precisos, nos han incentivado la creatividad y la responsabilidad en el diálogo con los demás hermanos. Nos han impulsado a ir más allá de las actitudes viscerales, a ser más objetivos y autocríticos de nuestro proceso. Ya que, como dice el dicho popular más vale caminar despacio, pero juntos y seguros, que a prisa, pero solos y confundidos.
Si continuamos de este modo, ciertamente que mucha más gente de la Iglesia entenderá y aceptará la Teología India. Y la tomará como referencia privilegiada en la búsqueda gozosa de esa multiforme presencia de Dios en nuestros pueblos. Entonces la Pastoral Indígena y la Teología India serán un motivo de esperanza para todos.
La Iglesia, que ha sido una de las principales agresoras de la religión, espiritualidad y teología indígenas, está convocada a ser en el futuro la primera y principal aliada de los pueblos indígenas para la reconstrucción de nuestro ser profundo, para la inculturación del Evangelio y de la Iglesia, y, sobre todo, para encontrar alternativas de vida para la humanidad. Eso depende, desde luego, más que de los indígenas, fundamentalmente de que en la Iglesia seamos consecuentes con las hermosas palabras que hemos dicho en los documentos.
Y aquí es preciso recordar que los pueblos indígenas se pueden ir de la Iglesia, si perciben que ella no les ofrece un lugar digno para ellos y para su cultura. Es un hecho innegable que el mundo religioso indígena tiene posibilidades de futuro no sólo dentro, sino también fuera de la Iglesia. Ya hay indicios de esto en varios puntos del continente. Existen procesos de Teología India que son autónomos de la Iglesia y que, seguramente, se irán consolidando más y más. Con esos procesos desde ahora debemos aprender a actuar con respeto y comprensión. Con ellos debemos empezar a hacer un diálogo respetuoso, franco y fraterno como dice Santo Domingo ( SD 248 y 249).
A los indígenas cristianos y a nuestros pastores nos cabe la responsabilidad de dejar que la Teología India crezca y se desarrolle dentro de la Iglesia, porque ella enriquece a la Iglesia y nos enriquece a todos. Ella es un medio excelente de comunión entre pueblos, que siendo diferentes se pueden sentar como hermanos en la mesa común de la vida.
Con la Teología India tenemos los indígenas la capacidad de ser Iglesia de Cristo, sin dejar de ser pueblos con identidad histórica y cultural propia; podemos ser Asamblea de Dios que, al mismo tiempo que es una, congrega a pueblos de toda raza, lengua y condición social, porque ella es “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG, 1).
Para nosotros la Iglesia tiene que ser ese árbol de la parábola de Jesús, donde pueden anidar todas las aves del cielo (Lc. 13,19); o la Ceiba sagrada de los mayas, que es capaz de sostener con sus ramas la bóveda celeste para convertir el caos original en la Casa Grande donde habiten armoniosamente todos los pueblos del mundo.
Conclusión
Si el pueblo Maya del pasado supo enfrentar problemas de todo tipo y siempre salió airoso encontrando o dando sentido trascendente a las cosas y construyendo utopías de vida, hoy los hijos de los Mayas, ante nuevas crisis y problemas de las sociedades modernas y neoliberales, sabemos que podemos contribuir a la solución de dichos problemas trayendo a la conciencia de todos la energía de vida que viene de nuestra fe heredada de los mayores.
Como los primeros cristianos somos conscientes de que no tenemos oro ni plata (cf. Hechos, 3,6), que dar a los demás. De todo eso hemos sido despojados; pero lo que tenemos lo compartimos, con la certeza de que se trata de algo mucho más fuerte y decisivo que los bienes materiales.
Estamos seguros de que la espiritualidad milenaria maya y la teología que la acompaña, son la mejor arma de lucha para transformar este caos, que nos han echado encima, en la Casa común que albergue, dentro de la justicia y la armonía, a toda la familia humana. Para ello debemos roturar, con esfuerzo conjunto de los hombres y mujeres que creen y aman la vida, los nuevos surcos donde hagamos germinar y fructificar la semilla de los sueños y utopías de nuestros pueblos.
En esta tarea la Iglesia tiene hoy la posibilidad de acompañar el proceso con una nueva actitud y práctica pastoral, que restañen heridas del pasado y que entronquen a la Iglesia con la más antigua tradición profética, evangelizadora y humanizadora de Jesús y de las primeras comunidades cristianas de Judea, de Samaria y del mundo grecolatino.
En oración, ayuno y penitencia esperamos activamente la aurora del nuevo día, ya preanunciada por el Lucero de la mañana. La fe nos dice que nuestra espera tendrá éxito. También para nosotros se cumplirán las promesas que nos fueron hechas de parte de el Señor. El Dios de la Vida, que es el mismo Dios de Nuestro Señor Jesucristo, y que es Madre y Padre de todos los pueblos, hará germinar el Sol que no tiene ocaso, y llevará a buen término la obra buena comenzada por nuestros antepasados desde hace milenios. Esa es nuestra fe y la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar.
Comisión Articuladora Internacional de la Teología India Mayense.
Abril de 1997