LA OPCION POR LOS POBRES DESPUES DE APARECIDA
Ronaldo Muñoz
(Chile)
- L A O P C I O N D E L A Va C O N F E R E N C I A C O M O O P C I O N E V A N G E L I C A
La evangélica Opción por los Pobres es la dimensión más central y característica de la espiritualidad y la práctica pastoral, de la lectura bíblica y la teología, propiamente latinoamericanas. En la medida, gracias a Dios importante y esperanzadora, en que esta experiencia y este espíritu han estado presentes en Aparecida -- como camino de Iglesia y como acontecimiento protagonizado por los obispos -- encontramos esa opción evangélica sólidamente integrada en la visión creyente de la realidad, la inspiración cristológica, y las orientaciones pastorales y misioneras del Documento Conclusivo de la Conferencia. Y esperamos que esté cada vez más presente en la mirada, las actitudes profundas, y las prácticas pastorales y solidarias, que van “recibiendo” y “aterrizando” ese Documento en la vida real de las iglesias y comunidades del continente.
No se trata, pues, de un tema o capítulo entre otros, sino de una dimensión esencial del camino eclesial de Aparecida, como del Documento conclusivo de la Va Conferencia, en continuidad y profundización de las conferencias postconciliares precedentes. Y esto, comenzando por el mismo lema de Aparecida, propuesto por los Obispos y confirmado por dos Papas: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida”
“Discípulos y misioneros”, no meros consumidores religiosos, ni alumnos pasivos, ni orantes en grupos cerrados, sino seguidores entusiastas y testigos comprometidos de la persona de Jesús, en su camino de vida y comunidad sencilla y alegre, liberada de ambiciones mezquinas, en solidaridad de pobres y con los más pobres, y comprometida con su causa de liberación, hermandad igualitaria y “vida abundante” para todos.
Vida y convivencia alternativas a la actual sociedad y cultura dominantes, con su materialismo posesivo, competitivo y excluyente. Vida y convivencia animadas por el Espíritu de Dios, que van germinando y creciendo desde adentro en las personas (desde “el corazón”) y desde abajo en la sociedad (desde los pobres y los excluidos).
Porque ésa y no otra es la forma de vida y el proyecto de convivencia del único Jesucristo real: el de la historia evangélica de ese “judío marginal”, arraigado en los pobres de su pueblo y afectado entrañablemente por su opresión y miseria; el que se juega por la sanación y liberación de esa muchedumbre abandonada, por congregarla en hermandad y devolverle su dignidad y su esperanza; el que por eso entra en conflicto creciente con los legistas y los pudientes, con los sacerdotes del templo y las autoridades político-militares, pero sigue adelante, fiel a su misión hasta le extremo de la muerte de cruz. El mismo Jesucristo que es hoy para nosotros “el Viviente”, identificado con los pobres y excluidos de nuestro tiempo, y que nos invita a comprometernos con ese mismo proyecto suyo, en las condiciones de hoy, “para que nuestros pueblos (empobrecidos y excluidos) en él tengan (esa misma) vida”: integralmente humana, y digna de los hijos y las hijas del único “Dios vivo y verdadero”, el “Abbá” de Jesús y Padre nuestro, el que nos repite una y otra vez “Misericordia quiero, no sacrificios”.
El mismo Jesucristo que hoy nuestras comunidades de pobres -- leyendo los evangelios “codo a codo y con los pies en la tierra”-- van descubriendo no como Maestro de doctrinas y normas, no como Fundador de una nueva secta de iniciados, no como Organizador de una gran institución de servicios religiosos, … sino como Servidor y Testigo de ese gran proyecto que él llama el “Reinado de Dios”, la “Vida abundante”, o la “Voluntad de mi Padre”. Van descubriendo que, desde el principio de su misión pública, el Jesús de los evangelios se pasa la vida tratando de mostrar – a la muchedumbre y al grupo de sus discípulos; con sus actitudes, su práctica y su palabra – a qué nos invita ese proyecto, de comienzos tan humildes, pero preñado de enorme fuerza transformadora e indecible alegría, para ellos y para el mundo.
- PARRAFOS INSPIRADORES DEL DOCUMENTO EPISCOPAL
Sobre ese “horizonte evangélico” de Aparecida que acabamos de evocar, releamos ahora algunos párrafos del Documento Conclusivo de esa Conferencia que nos parecen especialmente inspiradores para el camino que como iglesias de Jesucristo estamos recorriendo con nuestros pueblos empobrecidos: ahora, después de Aparecida.* Agrupamos estos párrafos según cuatro aspectos, como cuatro miradas (desde los cuatro puntos cardinales) a la misma montaña: (1) Los rostros de quienes sufren... la exclusión social; (2) La práctica y el proyecto de Jesús: El Reino de vida; (3) La evangélica Opción por los pobres; y (4) Promoción humana y liberación.**
(1) Los rostros de quienes sufren... la exclusión social ***
- (Esta realidad socio-económica) ... nos debería llevar a contemplar los rostros de quienes sufren. Entre ellos están las comunidades indígenas y afrodescendientes, que en muchas ocasiones no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres que son excluidas, en razón de su sexo, raza o situación socio-económica; jóvenes que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil ligada muchas veces al turismo sexual; también lo niños víctimas del aborto. Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre. Nos preocupan también quienes dependen de las drogas, las personas con discapacidad, los portadores de VIH y los enfermos de SIDA que sufren de soledad y se ven excluidos de la convivencia familiar y social. No olvidamos tampoco a los secuestrados y a los que son víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos, que además de sentirse excluidos del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia como personas incómodas e inútiles. Nos duele, en fin, la situación inhumana en que vive la gran mayoría de los presos, que también necesitan de nuestra presencia solidaria y de nuestra ayuda fraterna. Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive; pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados”, sino “sobrantes” y “desechables. ****
(2) El proyecto y la práctica de Jesús: el Reino de vida
(3) La evangélica opción por los pobres. a) “Implícita en la fe cristológica” 406. Nuestra fe proclama que "Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre". Por eso "la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecemos con su pobreza" (Bto. XVI). Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2, 11-12). 407. Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: "Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo", Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: "Cuanto hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron" (Mt 25, 40).
b) Fuente de solidaridad y compromiso con la justicia social
408. De nuestra fe en Cristo brota también la solidaridad, como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. … 409. El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser "abogada de la justicia y defensora de los pobres"(Bto. XVI) ante "intolerables desigualdades sociales y económicas", que "claman al cielo". Tenemos mucho que ofrecer, ya que "no cabe duda de que la Doctrina Social de la Iglesia es capaz de suscitar esperanza en medio de las situaciones más difíciles, porque si no hay esperanza para los pobres, no lo habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos" (J. P. II). 410. Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latino-americana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores. Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos. c) Cercanía y amistad
d) Por los pobres, en sus Comunidades eclesiales de base 194. Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y misión profética y santificadora de las CEBs, en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas han sido una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y El Caribe después del Vaticano II. Tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad, y la orientación de sus Pastores como guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia. (4) Promoción humana y liberación a) Toda evangelización implica promoción humana y liberación de los pobres. 413. Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación "sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad" (Bto. XVI). Entendemos además que la verdadera promoción humana no puede reducirse a aspectos particulares: "Debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre", desde la vida nueva en Cristo que transforma a la persona de tal manera que "la hace sujeto de su propio desarrollo" (Pablo VI). Para la Iglesia, el servicio de la caridad, igual que el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, "es expresión irrenunciable de la propia esencia". 415. Las Conferencias episcopales y las Iglesias locales tienen la misión de promover renovados esfuerzos para fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral, que con la asistencia y la promoción humana, se haga presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada. En el centro de esta acción está cada persona, que es acogida y servida con calidez cristiana. En esta actividad a favor de la vida de nuestros pueblos, la Iglesia católica apoya la colaboración mutua con otras comunidades cristianas.
b) Formar la conciencia de los cristianos
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Estos pocos párrafos que aquí citamos -- como muchos párrafos y desarrollos del mismo Documento -- son textos ricos, pertinentes e inspiradores. Son palabras que reflejan la experiencia, la reflexión y el compromiso de sus autores, y que recogen también el vigoroso respaldo cristológico del Papa. De allí su innegable fuerza de interpelación y de esperanza.
En ellos destaco en primer lugar su raigambre bíblica y evangélica, y por lo mismo, el que recuperen con fuerza el tema de “la justicia” a menudo escamoteado entre nosotros por el lenguaje eclesiástico de los últimos decenios. La auténtica caridad cristiana, en efecto, como lo ha reafirmado el Papa Benedicto desde su primera encíclica, incluye no sólo la misericordia que ayuda a los necesitados (en Chile diríamos: el “Hogar de Cristo” y la “Teletón”), sino también -- y especialmente, bajo el actual capitalismo mercantil globalizado -- el compromiso por la profunda transformación de una sociedad estructuralmente injusta: una sociedad “impregnada de materialismo, que produce pocos ricos cada vez más ricos, a costa de muchos pobres cada vez más pobres” (J. P. II en Puebla).
Por otro lado, me atrevo a observar que estos mismos párrafos reflejan todavía -- y no podía ser de otro modo -- una cierta distancia, muy real en la sociedad latino-americana y en su misma Iglesia católica. Una sociedad no sólo escandalosamente desigual, sino profundamente segregada, en la que persiste esa dualidad (no sólo socio-económica, sino cultural) que Medellín calificó de “colonialismo interno”. Una iglesia todavía (y me temo que más que en los tiempos de Medellín y Puebla) con su clero, su laicado más influyente, e incluso sus comunidades religiosas, más arraigados e identificados en el lado de los pudientes: con el estilo de vida y los vínculos cotidianos, con la mirada “desde arriba” a la sociedad global e incluso el “miedo al pueblo”, que entre nosotros son característicos de los sectores dominantes.
De allí la necesidad urgente -- sentida y bien recogida y profundizada por los obispos -- de que “nosotros”, “los de aquí” (la parte de la sociedad y de la Iglesia, más acomodada y pudiente), nos convirtamos de veras al Evangelio de Jesús y “optemos” como él por “ellos” , “los de allá”, los “marginales” (las mayorías empobrecidas y excluidas). Por eso, a mi entender, la fuerza interpelante y sobre todo liberadora de párrafos como los 410-412 (oficial: 396-398), que nos instan a ser una Iglesia más “compañera de camino de nuestros hermanos más pobres”, a acercarnos concretamente a ellos en nuestro modo de vida, a dedicarles horas y años de nuestro tiempo, avecindándonos en sus espacios, escuchándolos de veras, haciéndonos sus amigos en reciprocidad, dejándonos “domesticar” por ellos. Porque sólo así descubriremos -- con la inteligencia y con el corazón -- no sólo sus carencias y sus derechos sistemáticamente desconocidos, sino “sus valores”, que son mensaje de esperanza y fermento de renovación para nosotros mismos, para la Iglesia y la sociedad toda: su alegría de vivir, en medio de tantas dificultades; la riqueza de su convivencia y de sus prácticas solidarias; su fe y su esperanza, que se van enriqueciendo con la lectura bíblica en sus comunidades de base. Con la lectura del Evangelio de Jesús pobre como ellos, y que es Buena Nueva para ellos, precisamente: “Felices ustedes, los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios… En cambio, ¡Ay de ustedes, los ricos, …” (ver Lc 6, 17-26); y “Te alabo, Padre, … porque has escondido estas cosas a los sabios y los entendidos, y las has revelado a los sencillos”. (Mt 11 y Lc 10).
- EXPERIENCIA Y COMPROMISODE LOS MISMOS POBRES EN SUS COMUNIDADES
1) Los pobres como “sujeto”
Dada esa deuda tan visible que tenemos aquí con el Evangelio de Jesús los que inte-gramos la parte más significativa y autorizada de la Iglesia católica, los laicos pobres que participan en sus Comunidades de base (y en sus Parroquias y Capillas renovadas como comunidades), frente a documentos que les llegan de sus Pastores, se preguntan a menudo si “Opción por los pobres” es una palabra que ellos mismos deban o siquiera puedan hacer suya.
Por mi parte, y con todas mis limitaciones, me atrevo a dar una respuesta claramente positiva. Tal vez no siempre respecto al “lenguaje” de la “Opción por los pobres”, pero sí -- y a menudo con más claridad y consecuencia que en otros sectores sociales -- respecto a lo que más importa de su contenido: la mirada crítica a la realidad, los criterios de juicio y las actitudes profundas, las prácticas cotidianas y cada vez más los compromisos colectivos... En todo lo cual, esos hermanos y hermanas pobres van descubriendo lo que el Evangelio y el Espíritu de Jesús son para ellos: primero que nada, consolación y sanación, libe-ración de sus miedos y complejos, nueva conciencia de su dignidad y capacidades, esperanza, ... pero también -- como para todos -- exigencia de conversión profunda y cambios concretos de conducta, y fuerza para el compromiso solidario, a contracorriente de los “valores” y el “sentido común” dominantes en nuestra sociedad.
En términos un poco más concretos, para esos mismos pobres esa “opción” va significando, desde luego, resistir críticamente al acoso conquistador y corruptor de la propaganda mercantil y la cultura dominante, omnipresentes en los espacios públicos y en los medios de masificación (“mass media”), así como en los sueños y las metas de las mayorías. No dejarse engañar ni seducir por esa propaganda, con la carrera en que nos van me- tiendo, de envidias y rivalidades, de ansiedad y endeudamiento, y a menudo de sobre empleo esclavizante de las personas y destructor de las familias.
Y más positivamente, esa Opción evangélica significa para los mismos pobres, dejarse conmover cotidianamente por los más necesitados y abandonados que uno, haciéndose “prójimos” de ellos para atenderlos... y no quedarse encerrados en los problemas propios.
Y también, a medida que va despertando la conciencia más social, “optar”, “jugarse”, por la solidaridad organizada de los mismos pobres: en agrupaciones de jóvenes para trabajar con niños, en sindicatos y talleres de economía solidaria, en comités de vivienda y juntas de vecinos, en equipos de salud y casas de acogida para alcohólicos y drogadictos, en pro-gramas de formación social y política, etc. ... Asumiendo y valorando que en muchas de esas organizaciones populares las protagonistas suelen ser las mujeres.
Esas son diversas formas -- a menudo pequeñas, como muchas comunidades cristianas, católicas y evangélicas -- en las que los pobres van rehaciendo el tejido social y aprendiendo a organizarse y luchar juntos, por mejores condiciones de vida para su porción de pueblo que los rodea, y a más largo plazo, por una sociedad más justa y fraterna. Todo lo cual implica superar la resignación pasiva o el “sálvese quien pueda”. Implica optar “contra” el arribismo individualista que da la espalda a la causa colectiva, y “por” esta “causa de los pobres”: la que no es otra que “la causa misma de Cristo” (Puebla), la que va respondiendo al “Reino de vida” del proyecto de Jesús (Aparecida).
Por aquí venimos entrando en un aspecto que me parece clave y “piedra de toque” en la Opción evangélica por los pobres: el de los mismos pobres como “sujeto”. Es un aspecto que, en los párrafos de Aparecida que hemos citado, asoma dos veces a propósito de la Opción por los Pobres (408 y 411-412, en la versión oficial 394 y 397-398 ), y una tercera vez a propósito de las Comunidades eclesiales de base (194, muy amortiguado en la versión oficial 179 ). Pero, un aspecto que aparece como de paso, sin mayores explicaciones ni orientaciones prácticas. Se apoya “sus esfuerzos (de los pobres) por ser sujetos de cambio y transformación de su situación”; se reconoce que “día a día se hacen sujetos de la evangelización y la promoción humana (es decir, de la misión de la Iglesia) entre los mismos pobres”; se celebra que sus Comunidades eclesiales de base sean, entre la gente sencilla, “expresión visible de la opción preferencial (de la Iglesia) por los pobres”. Pero no parece vérseles como actores, ni menos protagonistas, en la transformación de la sociedad global ni en la renovación evangélica de la Iglesia mayor. Estas tareas parecen reservadas a las élites sociales que desde Puebla se llama “los constructores de la sociedad”; y por lo que toca a la Iglesia, reservadas a la jerarquía, y a los movimientos laicales de clase media para arriba.
2) Voces de los pobres
Y ahora, para ser consecuentes, terminemos este capítulo sobre la Opción por los Pobres dándoles la palabra a los mismos pobres. En este caso -- sólo como un ejemplo entre tantos -- gente de las Comunidades del decanato “Cardenal José M. Caro”, de la Zona Sur de Santiago de Chile. Palabra compartida y recogida en dos oportunidades distintas, ambas respondiendo a una convocatoria amplia de nuestros Obispos: la primera, sobre NUESTRA REALIDAD cotidiana y social, en 2005 y con vistas al Bicentenario de la independencia nacional; y la segunda, sobre NUESTRA IGLESIA, en 2006 y con vistas a la Conferencia de Aparecida.
La primera serie, sobre NUESTRA REALIDAD, trae una selección, muy resumida por una Comisión decanal “ad hoc”, de las conclusiones de 64 “Mesas de Esperanza” en las que se reunieron según sus temas preferidos los cerca de 300 participantes, de las CEBs y de otras organizaciones populares del sector. ***** Pero, oigamos esas voces:
MUCHA POBREZA:
1) En nuestras poblaciones (barrios populares) se ve mucha pobreza, y hay mucha más pobreza escondida. Nos golpean la cesantía (desocupación) y los salarios miserables, que no reflejan el progreso del país y a menudo no alcanzan para el pan de cada día.
MUCHA VIOLENCIA:
2) En nuestra comuna hay mucha violencia: por el ejemplo y las heridas de la dictadura, por el maltrato en el trabajo y en la casa, por el robo y los asaltos, por el tráfico de drogas.
LA FAMILIA, DAÑADA:
3) Pocas familias valoran la comunicación, en la pareja y con los hijos, por encima de lo material; ya que la sociedad nos inculca cada día que más valemos mientras más cosas tenemos, y descuidamos el afecto y los valores espirituales.
4) En nuestras familias, a menudo ambos padres deben salir a trabajar para sostener la casa. Y los niños, abandonados, gran parte del día en la tele, en los juegos electrónicos violentos, o en la calle. Expuestos al ambiente consumista y a las “malas juntas”, al alcohol y la droga, a la tentación de la delincuencia.
EN FAMILIA, COMUNICARNOS MÁS:
5) En cada familia, urge un esfuerzo redoblado por el encuentro, la comunicación serena, la escucha y comprensión mutua, la expresión del cariño, el compartir las labores domésticas y la recreación.
CUIDAR MÁS A LOS NIÑOS:
6) Los padres, tenemos que dedicar más tiempo y cuidado a nuestros niños y adolescentes. Entregarles más afecto, escucharlos, confiar en ellos y respetar sus espacios. Pero también, estar más atentos al tipo de gente con que se juntan.
EDUCACION APROPIADA Y DE CALIDAD:
7) Soñamos con una educación integral, que responda a la realidad de nuestros niños y jóvenes. Una educación que valore la labor de los profesores, y la participación de los padres y de la comunidad local.
POLITICA Y PODER:
8) Vemos a la clase política más preocupada de su poder y de los intereses de los empresarios, que de las necesidades y los derechos de la gente.
9) Nos preocupa el poder que ejercen los grupos empresariales, en lo económico y en lo político. Lo vemos como un abuso, que crea diferencias abismantes entre ricos y pobres.
LAS LEYES LABORALES:
10) Hay que rehacer las leyes laborales, con participación de los trabajadores. Para darles más garantías reales a ellos, que son la parte más débil en el actual sistema económico.
SER MÁS SOLIDARIOS Y ORGANIZARNOS:
11) Todos, nos comprometemos a ser más solidarios entre nosotros, a unirnos más y organizarnos, como vecinos y como trabajadores, adultos y jóvenes.
ALIMENTAR NUESTROS VALORES ESPIRITUALES:
12) Nos comprometemos a cuidar y alimentar nuestros valores espirituales y comunitarios. Nuestra fe en un Dios que a todos nos ama, y nos quiere con más dignidad y más vida, con más libertad y más amor, con más alegría y esperanza.
La segunda serie, sobre NUESTRA IGLESIA, trae también doce puntos, fruto de las “Mesas” del 2006. Esta vez -- urgidos por el proceso de Aparecida -- alcanzamos a convocar sólo 20 Mesas, donde participaron sobre todo personas más activas en las Comunidades católicas del Decanato. Estas fueron las Conclusiones, trabajadas en la asamblea decanal final:
1) Que la Jerarquía no rechace toda crítica externa como “ataque a la Iglesia”, ni toda crítica interna como deslealtad.
2) Que en un continente donde se ensancha escandalosamente el abismo entre minorías pudientes y mayorías pobres, se retome y actualice la opción de la Iglesia por los pobres, acentuando el compromiso por la justicia.
3) Que sepamos reconocer la distancia o contradicción entre actuales estructuras y prácticas “normales” de la Iglesia católica, y la enseñanza de Jesús y el estilo de las comunidades del Nuevo Testamento, mucho más afines con los valores positivos de la cultura democrática y con los mejores sueños de los jóvenes.
4) Que caminemos hacia una Iglesia más fraterna y dialogante, y menos clerical y dogmática. Reconociendo la sociedad pluralista, y estimulando la variedad de carismas y ministerios que el Espíritu suscita en mujeres y varones del Pueblo de Dios.
5) Que en este mundo cada vez más urbano, masificado y cruelmente competitivo, se reimpulse y actualice el tejer iglesias como redes (territoriales y ambientales) de comunidades de base. Donde el discipulado compartido, el amor fraterno y la misión común, puedan tener rostros y nombres.
6) Que entre los carismas, recuperemos el primado absoluto del amor fraterno: solidario y humilde. Y entre los ministerios, la centralidad del profetismo y la evangelización, siempre en relación con la vida y cultura de las personas y los grupos sociales. Profetismo y evangelización a cuyo servicio tendrían que estar el pastoreo, la doctrina y los…
7) Que los pastores, en todo nivel, abandonemos toda actitud o apariencia de funcionarios, gobernantes o empresarios; y nos hagamos antes que nada referentes cercanos del discipulado fraterno de Jesús como aparece en los evangelios. Y especialmente los presbíteros y los obispos, del seguimiento de los apóstoles, como los testigos y misioneros que aparecen en todo el Nuevo Testamento.
8) Que en la estructura de la Iglesia católica, se abandone las normas de imponer el Vaticano el nombramiento de los obispos, y de excluir a las mujeres de los ministerios y las instancias colegiadas de conducción pastoral.
9) Que caminemos como Iglesia católica hacia la restauración de “presbiterios locales”, de hombres y mujeres maduros en la fe como en la vida familiar y social, propuestos(as) por las respectivas comunidades. Presbiterios que aseguren la Eucaristía dominical de esas comunidades, así como su animación pastoral y misionera.
10) Que los “agentes pastorales” nos preocupemos no sólo de buscar colaboradores para los equipos y servicios de las comunidades, sino sobre todo de apoyar la vocación de solidaridad fraterna y testimonio, de todo cristiano y cristiana en los diversos espacios de su vida cotidiana y social: familia y barrio, trabajo y economía, educación y cultura, salud y medio ambiente, deporte y recreación, organizaciones sociales y políticas, etc.
11) Que en esa vocación común -- como cristianos y como comunidades eclesiales -- demos especial importancia al testimonio profético y el compromiso transformador, frente a la creciente inequidad y segregación de nuestra sociedad. En países de mayoría católica, y donde una parte significativa de los que concentran el poder (económico, político y mediático) son formados en colegios católicos y “cumplen” con la misa
12) Que frente a niños y jóvenes, la Iglesia revise a fondo sus opciones en educación, convirtiéndose decididamente a los excluidos, dañados o en grave riesgo.
Santiago de Chile,
Diciembre 2008
* El texto de estos párrafos, así como su numeración, los tomamos aquí del Documento Conclusivo original, tal como fue aprobado por la Va. Conferencia, sin las alteraciones de contenido introducidas después anónimamente en la versión oficial. En el margen derecho de cada párrafo ponemos su número en esa última versión.
** Para estos cuatro aspectos, se puede leer con provecho en el libro de Amerindia “Aparecida: renacer de una esperanza” (Bogotá, 2007) Los capítulos respectivos de B. FERRARO (“El discipulado como seguimiento del Jesús histórico”), de G. GUTIERREZ (“Aparecida: la opción preferencial por el pobre”, especialmente las páginas 130-139), y de S. TORRES (“La pastoral social en Aparecida”).
*** Este subtítulo y los que siguen, son del autor de este capítulo.
**** Habría que complementar este párrafo con la sección “Algunos rostros sufrientes que nos duelen” (números 426-
447; oficial: 407-428), donde los Obispos se detienen especialmente en estas 5 categorías de personas: los que viven en la calle, los enfermos, los adictos dependientes, los migrantes y los presos.
***** Las Conclusiones más completas están disponibles en un cuadernillo que ha circulado en varias Comunidades de la Zona Sur, como en otros círculos de la ciudad, y fueron publicadas parcialmente en la revista “Mensaje” de Diciembre 2005.