America, Argentina
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PASTORES SEGÚN EL EVANGELIO

EN UNA IGLESIA PUEBLO DE DIOS,

COMUNITARIA Y MINISTERIAL

 

Ronaldo Muñoz, SS.CC.

 

                Después del Concilio Vaticano II, los sínodos mundiales tenidos por los obispos católicos en Roma han retomado desde los años 70 algunos de los temas más abarcantes del mismo Concilio: la justicia en el mundo, la misión evangelizadora, la Iglesia como comunión. Se han detenido también en la vida y misión del común de los cristianos (llamados "laicos") y en la de dos grupos más específicos dentro del pueblo de Dios: los "presbíteros " y los "religiosos" . En este año 2000, el Sínodo se centrará en el propio "rol de los obispos", cuya figura y función recibió del mismo Concilio una particular atención, reconociéndoseles ‑junto con el Papa y bajo él ‑ una importancia decisiva en la vida y misión de la Iglesia católica.

 

                Es obvio que estas realidades más "sectoriales", no pueden tratarse con realismo y profundidad si se las aborda de modo fragmentario, como “sectores” o "estratos" en la Iglesia que sólo se relacionaran entre sí externamente, por vínculos de mera dependencia "jerárquica" o "ministerial". El mismo hecho de que la categoría de "laico" sea vista cada vez menos como simplemente "lo que queda" en el pueblo de Dios cuando se ha tratado de los ministerios ordenados y de la "vida consagrada", y cada vez más corno una condición cristiana y eclesiológica común y fundamental, nos está indicando que sólo tiene sentido tratar de cada uno de esos "sectores" eclesiales como vocaciones y funciones interdependientes y mutuamente compenetradas, dentro del misterio y la misión histórica de la única Iglesia de Jesucristo.

 

                Ahora bien, leyendo el Nuevo Testamento, con el "sentido de la fe" del mismo pueblo creyente y a la luz del Vaticano II, es también obvio que no podemos pensar el misterio y la misión de la Iglesia cristiana, como de Jesucristo mismo, sino en el eje "Dios ‑ humanidad", o "Dios ‑ mundo". Y más precisamente, leyendo los evangelios y toda la Biblia en el contexto del Tercer Mundo (o del Sur del mundo), no podernos pensar la Iglesia de Jesucristo, ni por lo tanto la vida y función de ninguno de sus "sectores", sino en el eje "Dios compasivo, misericordioso - mundo y submundos de los pobres y marginados". Porque ése es, concretamente, el Dios de Jesucristo, su "Abbá", el Dios del reino; y con éstos, históricamente, se identifica el mismo Jesucristo, para desde allí rescatar, reunir y reconciliar con Dios a la entera humanidad.

 

                En todo el Nuevo Testamento, la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, aparece como la comunidad o las comunidades de Jesucristo resucitado, animadas en su vida nueva y guiadas en su misión por el Espíritu Santo. Pero especialmente en los evangelios, la misma Iglesia aparece también preparada y orientada por el modelo de la comunidad de los discípulos y las discípulas de Jesús de Nazaret en su ministerio histórico. Estos son los que "entraban y salían con él" en su misión de Galilea y en su camino a Jerusalén; los que él iba educando en el camino para una nueva relación con Dios como Padre misericordioso, para una nueva convivencia como hermanos, para una nueva actitud frente a la muchedumbre abandonada; los mismos que "comieron y bebieron con él después que resucitó de entre los muertos".

                Ahora, en esta vuelta de siglo, y sobre todo desde este inmensamente mayoritario Sur empobrecido del mundo, como cristianos de pueblo y comunidades, sabemos que nuestra Iglesia, en todos sus niveles, necesita y anhela ser más fiel a Jesucristo y renovarse según el Evangelio. Sabemos también que ese anhelo pasa por nuestra conversión ‑ como personas y comunidades, y también como institución (1) -para ser una Iglesia más fraternal y participativa, más cercana y solidaria con los más pobres, más acogedora y misericordiosa "como el Padre de los cielos".

 

                El Evangelio, en efecto, nos presenta a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, como el Mesías Sirviente, que vive y actúa como un profeta popular preocupado de las necesidades de los pobres, humilde y motivo de contradicción; que conversa con Dios en una intimidad nunca vista, que acoge a los marginados y come con los pecadores. En medio de su pueblo, él no es Maestro de la Ley, no es "persona religiosa" como los fariseos, no pertenece a los sacerdotes del templo, no es "autoridad eclesiástica". El es un "laico" de pueblo humilde, y de los mismos convoca a la comunidad de sus discípulos y discípulas.

 

                Jesús no viene a fundar una nueva secta, como son los fariseos o los esenios, no viene a establecer sobre su pueblo una nueva casta religiosa, como son los Maestros de la Ley o los sacerdotes; no viene a constituirse con los suyos en un nuevo poder, ordenador y benefactor, en alianza o en competencia con los pobres establecidos. Por el contrario, él viene, con sus hechos y palabras, a anunciar y hacer presente en medio de su pueblo el reinado de Dios: a Dios mismo que se acerca de un modo nuevo discretamente y como Padre maternal o misericordioso cambiando a las personas desde adentro y las relaciones sociales desde abajo. Así pensaba Jesús hacer de sus discípulos y de todo Israel "la luz del mundo" y "la sal de la tierra"

 

                Por eso en su camino con ellos, Jesús educa a los Doce y a sus demás discípulos a la hermandad igualitaria, al perdón y el servicio mutuos, al compañerismo en la misión. Al revés de los fariseos, les inculca que ellos tienen un, solo Padre y un solo Maestro. Al revés de los sacerdotes, les muestra a un Dios que nos dice “Misericordia quiero, y no sacrificios”. Al revés de los gobernantes, les enseña que ocupar el primer puesto es sentir y actuar como el sirviente. Por eso, precisamente, Jesús entra en conflicto con la prßctica y los intereses de las autoridades, frustra muchas expectativas mesißnicas de su pueblo, y es llevado hasta la muerte de cruz.

 

                Por eso a su vez, con el vuelco de Pascua y el don de Pentecostés, en todo el Nuevo Testamento aparecen comunidades fraternas, en convivencia sencilla y cálida, y compartiendo con los más pobres. Donde todos y cada uno son testigos y profetas, orantes inspirados y servidores, con variedad de carismas y ministerios. Allí se reconoce desde el principio la autoridad de los Apóstoles los Doce y otros varones como Bernabé y Pablo, y tal vez mujeres como Priscila , Junia y Febe: por haber caminado con Jesús y ser los primeros testigos de su resurrección, y/o por recibir del Resucitado un especial encargo de confirmar y pastorear a los hermanos e ir delante en la misión. También se reconoce a los Profetas itinerantes y a los Maestros. Por otra parte, las mismas comunidades se van organizando diversamente según regiones y culturas ‑ con ministerios estables de animación y coordinación, confirmados por los Apóstoles (2) . Pero el Espíritu de amor fraterno de oración y profecía, se derrama en todos: en hombres y mujeres, en ancianos y jóvenes, en judíos y extranjeros. Con la fe, las iniciativas y el concurso de todos, se construye la comunidad eclesial, testigo y misionera, cuerpo visible y actuante de Jesucristo en el mundo.

                El mismo Jesucristo, crucificado y resucitado, es presentado en el Nuevo Testamento (3) como el único Sacerdote de la Nueva Alianza, que hace inútiles al clero mediador y al culto separado de la Antigua. Por eso, el Nuevo Pueblo de Dios "en Jesucristo", tiene todo entero acceso directo al Padre, y es entero consagrado como Pueblo profético, sacerdotal y real. Por eso el cristianismo primitivo se extiende entre los pueblos de la tierra como una religión sin castas ni discriminaciones, sin templos ni sacerdotes; donde los ministerios más importantes son los del anuncio del Evangelio y la reflexión de la Palabra, para el "culto" de la vida cotidiana y la salvación del mundo; donde la "Cena del Señor" significa sencillamente el encuentro con el Resucitado en el memorial de su pascua, y la comunión fraterna en torno suyo y de su causa, de todos sus discípulos y discípulas por igual (4).

 

                Con este horizonte evangélico, y recogiendo el anhelo avivado por el Espíritu en el pueblo fiel y en sus pastores, tenemos que recuperar, en este inicio de milenio ‑ con "fidelidad creativa" ante los grandes desafíos y las nuevas oportunidades de hoy ‑ el entusiasmo, el estilo y las estructuras de una Iglesia más enamorada de Jesús y de su causa del reinado de Dios, más arraigada entre los pobres de la tierra, más fraternal y comunitaria entera carismática, ministerial y misionera.

 

                Para los hermanos obispos, para nosotros los presbíteros y los diáconos, para todas las hermanas y hermanos laicos y religiosos, adultos y jóvenes, portadores de variados carismas y ministerios para el anuncio del Evangelio, para la formación y celebración de la fe, para la convocación y pastoreo de las comunidades cristianas... para todos, es el ejemplo y el llamado del único Señor y Pastor de la Iglesia, recogido en las lecturas evangélicas del Jueves Santo (5): el llamado a consagrarnos, con hechos y palabras, a evangelizar a los pobres; a ser para todos pastores humildes y cercanos, hermanos y servidores de nuestras comunidades.

 

                Lo cual supone para todos ‑ y especialmente para los que nos toca en cualquier nivel ser “el primero" ‑ vivir y actuar más cercanos y solidarios de los pobres y los desvalidos, que de los pudientes y las autoridades. Ser facilitadores de la lectura comunitaria de la Palabra, en relación con la vida cotidiana y “los signos de los tiempos”, más que repetidores de doctrinas abstractas y principios generales. Ser animadores de liturgias verdaderamente significantes, festivas, que recogen e impulsan la vida, más que ejecutantes más o menos distantes y rutinarios de ritos y ceremonias "de libros". En todo, preocupados de "el seguimiento", de Jesús y de sus Apóstoles, para el testimonio de vida, la misión y el pastoreo de personas y comunidades vivas, solidarias y proféticas; más que preocupados de "la sucesión", para el prestigio y la autoridad, y la administración de una institución de servicios religiosos, educativos y asistenciales. Y en cuanto a la conducción y la toma de decisiones, recoger opiniones, estimular las iniciativas , animar y coordinar flexiblemente las tareas, y promover en todos los niveles el discernimiento comunitario y la deliberación colegial, a fin de "resolver en común los asuntos más importantes, contrastándolos con el parecer de muchos".

 

Así podremos, como comunidad eclesial, ser luz y sal del Evangelio, en esta sociedad nuestra ‑ tradicional y moderna ‑ tan marcada por el individualismo competitivo y la incomunicación, por la exclusión social y la injusticia, tan herida y paralizada por la imposición de quienes concentran cada vez más los bienes materiales, el conocimiento y las decisiones.

 

Notas

 

(1) En el contexto del ecumenismo, Juan Pablo II afirma.‑ "El sacrificio de Cristo se ofrece por todos los pecados del mundo, y por tanto también por los cometidos contra la unidad de la Iglesia: los pecados de los cristianos, tanto de los pastores como de los fieles ... (Y) no solo se deben perdonar y superar los pecados personales, sino también los sociales, es decir, las 'estructuras' mismas del pecado que han contribuido y pueden contribuir a la división y a su consolidación" ("Ut unum sint"   (1995), n. 34). Lo mismo podría decirse, analógicamente, sobre los pecados contra la fraternidad cristiana y la corresponsabilidad en la iglesia, contra la pobreza evangélica y la solidaridad con los pobres, contra la justicia social y los derechos de los pueblos: pecados por acción, por complicidad pasiva o por omisión. (Cf “Tertio milenio adveniente" (1994) nn. 33‑38).

 

(2) En los dos primeros siglos, ministerios más bien colectivos o colegiados, como los ancianos ("presbíteros") o más bien unipersonales, como los servidores ("diáconos") y los vigilantes ("episcopos"). Aunque la nomenclatura varía de una región a otra, y a veces estos términos son usados como sinónimos. Pero, ministerios locales, entre sí más complementarios que subordinados, y que reconocen la autoridad superior de los ministerios itinerantes. en todo caso, de los Apóstoles, mientras vivieron, pero también de los Profetas y de los Maestros o doctores. Sin embargo, más temprano en unas regiones que en otras, las funciones de Profetas y Maestros fueron absorbidas por las autoridades locales, las que al mismo tiempo se fueron “jerarquizando" en la tríada: episcopo (obispo "monárquico"), presbíteros, diáconos.

 

(3) Particularmente por la Carta a los Hebreos.

 

(4) Ya desde el siglo III, esa triple "jerarquía" (mencionada al final de la nota 2) fue centrándose en las funciones litúrgicas y sacramentales, y principalmente en la celebración eucarística, entendida cada vez más como "sacrificio". Este proceso religioso‑cultural, unido a los motivos ideológico‑políticos implicados en el "giro constantiniano" del siglo IV, lleva a la restauración en la Iglesia cristiana de la polaridad entre sacerdocio (o "clero") y pueblo (o "laicos"). Polaridad primero sociológica, y con el tiempo también canónica y teológica,

 

(5) El evangelio de la Misa Crismal, de la proclamación mesiánica de Jesús en la sinagoga de Nazaret: "el Espíritu del Señor está sobre mí... para anunciar la Buena Nueva a los pobres, para liberar a los oprimidos... y proclamar el año del perdón del Señor" (Lucas 4, 14‑21). Y el Evangelio de la Cena del Señor, de Jesús que lava los pies a sus discípulos: "Si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros... y ¡felices ustedes si lo ponen en práctica!" (Juan 13,1‑17).

 

(6) Ver CONCILIO VATICANO II, "Lumen Gentium ", n. 22, con referencias a los Padres de la Iglesia antigua.

 

 

BIBLIOGRAFIA SELECTA (en orden cronológico)

 

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Río Bueno (Chile), Diciembre de 1999.

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