America, Argentina
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malestares y emergencias

Repercusiones del cambio epocal en la vida pastoral de la Iglesia católica argentina

 

Marcelo González

 

Fuente: Vida Pastoral nº 241 (2003) 10-17; nº 242 (2003) 4-11; nº 243 (2003) 4-8.

 

El cambio epocal en el que estamos insertos y la explosión de la crisis argentina en la que estamos sumergidos ya han sido esbozados en numerosos artículos de esta revista. Esta vez, el foco de atención estará puesto en las repercusiones que tales transformaciones están teniendo en la vida pastoral de la Iglesia católica argentina. El artículo las analizará de tres modos: detectando un conjunto de malestares pastorales, vislumbrando una serie de emergencias y proponiendo un elenco de hipótesis para interpretarlas.

 

I: Malestares pastorales

 

La metáfora del malestar ha sido recurrente a la hora de dar cuenta de las transformaciones culturales. Se trata de una experiencia difusa que crece y se esparce. Provoca una sensación de inminencia amenazante, “algo está por pasar”. Se va imponiendo la convicción de que existe un desajuste, una fisura, un estado en el que no se puede seguir si no se quiere enfermar. La molestia, la disconformidad y la incapacidad de saber qué es lo que realmente pasa, se conjugan con la urgencia por superarlo. Por todo esto, propongo hablar de la existencia de un malestar pastoral en la Iglesia católica argentina. El intento de esta parte del artículo consistirá, precisamente, en comenzar a nombrarlo. El resultado será, por tanto, muy aproximativo; más cerca de la provocación al debate que de la conclusión de un análisis. Por supuesto, no pretende ser representativo ni de todas las voces ni de todos los sectores de la vida eclesial en el país. Apenas se propone como un inicial amplificador de un rumor que no parece querer oírse.

 

  1. El malestar de la inadecuación

Las personas más involucradas en la vida cotidiana de las comunidades católicas perciben un creciente malestar pastoral. Su explicitación adecuada es aun difícil, pero parece indicado buscar por el lado de la constatación de una preocupante inadecuación de muchos discursos, prácticas e instituciones eclesiales, tanto respecto de la vocación evangélica como de la respuesta a la actual situación cultural y de crisis nacional.

Muchos cristianos ponen la cuestión de la incapacidad de las comunidades parroquiales para acoger, acompañar y madurar los itinerarios de las personas realmente existentes, que ya no responden a esquemas previsibles ni a situaciones “regulares”. Entre las causas suelen aparecer: la conducción autoritaria, atemorizada y poco creativa de obispos, presbíteros y laicos. La creciente desafección de las personas a vivir el cristianismo a través de una pertenencia estable y comprometida en comunidad. Además, los miembros más comprometidos muestran claros signos de agotamiento por el multiplicarse de las exigencias internas y por la ampliación del servicio a la realidad social en creciente deterioro. No hay tiempo ni espacio para el discernimiento, la mirada distanciada y crítica y la renovación espiritual. Crecen las demandas y los/as voluntarios/as pero no los “cuadros estables”. Las comunidades parroquiales de muchos barrios populares suman a esto el haber tenido que hacerse cargo de funciones del estado en retirada: alimentación, salud, seguridad, protesta, contención, educación y a veces hasta justicia. Junto con las escuelas del estado, se han convertido en una de las pocas instituciones presentes en la vida cotidiana de las personas y las familias. Las maneras habituales de conjugar la promoción humana, la celebración, la militancia, la vida cristiana, la formación de dirigentes y la construcción de la comunidad, saltaron por el aire. Las nuevas figuras aun no aparecen.

Mujeres de los más diversos ámbitos eclesiales toman conciencia de su invisibilización, desvalorización y hasta discriminación por parte de personas, discursos e instituciones de la Iglesia. Pero además comienzan a tomar la palabra para hacer escuchar y respetar sus itinerarios cristianos y su peculiar manera de existir. Proponen superar las concepciones y prácticas machistas, androcéntricas y excluyentes, en orden a configurar una comunidad inclusiva y recíproca en todos sus niveles, sin excluir el de las decisiones.

Los movimientos eclesiales, las comunidades de base y los diversos grupos ligados a catolicismo carismático muestran fuertes tensiones internas y fatiga pastoral. Experiencias para ellos inéditas, al haber nacido precisamente como renovadores y poseedores de una más amplia gama de respuestas al inicio del cambio del ciclo cultural. El proseguirse de las conmociones parece haberlos puesto ante un nuevo período de su existencia: no han podido mostrar la misma capacidad renovadora ante los nuevos desafíos y, en algunos casos, hasta han retrocedido a posiciones de conservación. Sus propuestas ya no tienen asegurado el eco de la etapa fundacional y la vida interna de sus miembros es desafiada por los procesos de individualización. Entra en ocaso su etapa triunfalista que los imaginó como “la opción” para la Iglesia católica del futuro.

Un creciente número de presbíteros experimenta fuertes tensiones entre las condiciones de ejercicio del ministerio y su itinerario personal de vida cristiana, madurez humana y proyecto existencial. Los notables crecimientos en el esclarecimiento de la identidad teológica y los nacientes intentos de acompañamiento de la identidad humano/afectiva, aun no han cerrado la brecha de la crisis existencial. Las últimas estadísticas oficiales muestran que entre 1995 y 2000 dejaron el ministerio 148 presbíteros diocesanos (nunca menos de 20 por año y con un pico de 34 en 1996), además de los que han pedido licencia por algún tiempo. El lugar social y eclesial de los curas ha cambiado radicalmente en el nuevo ciclo cultural. Las nostalgias de que sea como antes y la pretensión de que para ser de hoy habría que dejar de ser, muestran que en ellos eclosiona toda la crisis pastoral de la Iglesia católica. No pocos obispos creen que en lugar de ser la solución, los presbíteros son actualmente uno de los principales problemas de la pastoral argentina.

Surge en muchos presbíteros una visión fuertemente crítica de la institución eclesial vigente. La dura realidad pastoral los impulsa a transitar caminos inéditos y complejos; pero que luego no pueden ser explicitados o transparentados por la amenaza de rechazo y descalificación. El resultado es, frecuentemente, la concentración excluyente sobre las cuestiones de la vida cotidiana y la desconfianza en las instituciones, discursos y autoridades, tanto de las instancias decanales y diocesanas como de las vaticanas; en gran parte consideradas como ajenas a la realidad. La frase ¿para qué gastar vida en sostener lo que se muere? puede indicar con alguna exageración el estado de ánimo de muchos. Las críticas a los obispos parecen haber desembocado en una suerte de “camino paralelo” y en “pactos de convivencia pacífica” que posponen el debate en beneficio de no producir más rupturas que las ya existentes. Aparecen también cuestionamientos a las comunidades, sea por su absorción inhumana, sea por el “clericalismo de los laicos”, que impide ejercer el servicio presbiteral de un modo más fraterno, y que sigue proyectando sobre los curas la exigencia de comportarse como padre/patrón o cacique.

Este malestar pastoral no se ahorra a los formadores de los futuros presbíteros, que acusan cada vez con más fuerza la incapacidad de la institución del seminario para formar a los jóvenes reales de esta transición cultural. Mientras que la calidad formativa subió considerablemente, la entrada de nuevos candidatos disminuye y aumenta de manera notable el número de los que dejan durante el proceso de formación, aun en sus últimos años. En el año 2000 dejaron los seminarios 153 estudiantes.

Los obispos en sus diócesis, como cuerpo episcopal y como cristianos, son unos de los miembros de la Iglesia más afectados por las transformaciones culturales en curso. Desde el punto de vista existencial parecen perplejos, bloqueados y con un fuerte incapacidad para pedir ayuda. El malestar en ellos parece provenir de la “superación” por la avalancha de la realidad y por su insistencia en recurrir a las respuestas conocidas cuando las condiciones han variado tan substancialmente. Si atendemos a sus propias diócesis, los vemos invadidos por los cientos de conflictos y temas graves a resolver, cuando no acuciados por cuestiones económicas y de administración. Las inadecuación pastoral termina por recaer sobre ellos, al no poder responder a la necesidad de las comunidades, de los presbíteros y de la situación social. Si los vemos desde el punto de vista de su lugar social, las cosas no mejoran. Los obispos católicos siguen siendo, a sus propios ojos y a los de la sociedad argentina en su conjunto, un fuerte referente ético para el país. Más aun, tal referencia parece haber aumentado en el marco de la devastación dirigencial del último tiempo. La opinión pública quedaría sorprendida si se hiciera un trabajo de investigación acerca de quienes fueron los dirigentes que recurrieron a la Conferencia Episcopal o a obispos cercanos en el momento de la explosión social de 2001: sindicatos, partidos políticos, empresas, organizaciones de base, y personas inesperadas golpearon las puertas episcopales. Sin embargo, esta referencia no vale para todos los aspectos de la existencia del país, ni mucho menos. Parece responder más a una “reserva” de unidad nacional y de instancia ética en situaciones críticas que a una delegación real para ejercer una instancia mediadora “más allá de las partes”, reconocida por todos y en un proceso político de largo alcance. Así como se los coloca en un lugar de excepción en el momento de la necesidad de contención de la violencia social, se prescinde de ellos cuando la tensión pasa o cuando se trata de conductas y cambios decisivos en el plano ético, social y político. La tensión entre lo que la sociedad busca en ellos, lo que ellos consideran en conciencia que tienen que ser, lo que las comunidades exigen que sean y lo que Roma se empeña en que hagan, se vuelve insoportable. Si no se revisa con seriedad el modo de conducción episcopal de la Iglesia católica, el ministerio de los obispos corre serios riesgos de volverse imposible y hasta destructivo de las personas.

La vida religiosa masculina y femenina en la Argentina está por primera vez en retroceso. En 1995 había 11.190 religiosas, 904 religiosos y 2.417 religiosos sacerdotes; en 2000 estas cifras bajaron a 9.829, 822 y 2.260 respectivamente. La inadecuación en este campo toma el rostro de la tensión entre la urgente necesidad de refundación carismática y la gestión de las instituciones creadas en tiempos de máxima vitalidad y que hoy se vuelven insostenibles. Las congregaciones están viviendo un proceso de relectura de sus carismas fundacionales y de la existencia misma de la vida religiosa, tan o más radical que el que se dio durante el Concilio Vaticano II. Pero, al mismo tiempo, tienen que tomar dolorosas decisiones de dejar parroquias, santuarios, colegios, orfanatos, hospitales, centros de estudio, etc., con la consiguiente tensión interna y desgarro existencial. Muchos de los varones y mujeres que entran en la vida religiosa dejan en diversas etapas de la formación –y aun en los primeros años de votos definitivos– con una fuerte experiencia de inadecuación de la propuesta carismática, de falta de normalidad de vida, de rechazo a los internismos asfixiantes y a las normatividades y pesos institucionales. Además, un número creciente de mujeres que deja la vida religiosa busca instancias de consagración más ligadas a la vida laical.

 

  1. El malestar de la extrañeza

Un segundo tipo de malestar es la extrañeza. En esta caso, no se trata sólo de constatar una inadecuación de las prácticas y los discursos eclesiales, sino del emerger de una convicción: la institución eclesial actual es incapaz de renovarse. Sus discursos y prácticas se han vuelto extraños a la existencia real y a las búsquedas evangélicas, militantes y comunitarias, que muchos nunca han dejado de experimentar y otros comienzan a presentir. Quien quiera canalizarlas deberá buscar caminos alternativos. Esta percepción aparece ligada a mujeres y varones que han tenido experiencias de participación eclesial, incluso muy prolongadas y de gran protagonismo dirigente. La emigración puede comenzar por la desafección celebrativa, cuando dejan de participar de la eucaristía parroquial por su pérdida de significatividad para la vida real y para sus búsquedas cotidianas de sentido. En otros casos, puede estar ligada a la carencia de instancias de militancia y vida comunitaria que presenten un decidido contenido evangélico, orante, crítico y alternativo. Otro grupo de personas asimilables a este malestar son los que despiertan a la atracción del Evangelio a raíz de crisis vitales y/o sociales, del voluntariado o de la iniciación en diversas instancias de compromiso, así como los jóvenes en búsqueda de una vida rica, distinta y compartida. En este caso, la extrañeza aparece ligada a la distancia entre lo encontrado en un determinado acontecimiento o experiencia religiosa y la oferta real de muchas comunidades para vivir un itinerario evangélico en el mismo cauce. El malestar por extrañeza, por fin, puede ser la desembocadura de cualquiera de los procesos que hemos analizado como inadecuación. Cuando estos no encuentran espacios y canales de elaboración, se acumulan peligrosamente hasta que hacen su aparición explosiva como extrañeza y distancia respecto de la pastoral eclesial.

 

  1. El malestar por la falta de reacción pastoral

El último tipo de malestar que proponemos es el que proviene de la falta de reacción pastoral de la Iglesia católica argentina. Uno de los mejores textos del magisterio episcopal reciente afirma:

“Hoy la patria requiere algo inédito. Y ello porque inédita es la crisis que nos sacude a los argentinos e inédita ha de ser la respuesta que hemos de darle. Crisis inédita, porque no es sólo coyuntural, sino crisis histórica, que supone un largo proceso de deterioro en nuestra moral social, la cual es como la médula de la Nación, que hoy corre el peligro de quedar paralizada” (Comisión permanente de la Cea, Queremos ser nación, 10/8/2001, nº1).

No sería descaminado parafrasearlo aplicándolo a nuestra cuestión: hoy la vida pastoral de la Iglesia católica argentina requiere algo inédito, una respuesta creativa y audaz. La crisis pastoral no es coyuntural sino histórica, y es fruto de un largo proceso de deterioro. La pastoral argentina corre el riesgo de quedar paralizada. Obispos, presbíteros, laicos y laicas, vida religiosa, ninguno de los sectores ha podido mostrar aun una reacción pastoral inédita. Por momentos se vuelven a utilizar recetas conocidas, y el malestar crece ante su fracaso. En otras oportunidades se insinúan reacciones autoritarias que buscan bajar la tensión con el cierre del diálogo, la ignorancia de las voces críticas y el retroceso al ghetto; el malestar es negado y aumenta exponencialmente. Otros optan por la anarquía desvinculante; que cada uno haga lo que pueda y deje en paz a los demás. No es posible una salida conjunta. El malestar se pone debajo de la alfombra de la resignación y se impone el sálvese quien pueda. Otros, finalmente prefieren insistir en acusar a las demás instancias por la falta de reacción. Los culpables serían los obispos, o los curas, cuando no los laicos o la postmodernidad.

Ninguna de esta salidas parece plausible. Más bien parece el tiempo de una reacción evangélica, audaz y verdaderamente inédita. La Iglesia católica argentina no puede contentarse con pedir al país lo que ella no es capaz de construir en su propio seno. Para esto se requiere la valentía, la creatividad y la libertad de debate del Concilio Vaticano II, de Medellín y de San Miguel. Las recientes investigaciones históricas y teológicas sobre estos eventos muestran la capacidad renovadora del Espíritu de Jesús de Nazaret en una comunidad que se abre, se juega y arriesga a lo nuevo. Este parece el legado a retomar sin repetir. ¿Porqué no hacerlo, por ejemplo, con ocasión del documento de actualización de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización? Su elaboración está bloqueada y no ha seguido rutas muy inéditas que digamos. ¿Porqué en lugar de un documento no se gesta una Asamblea del pueblo de Dios en Argentina que “redacte” un evento? ¿Porqué no enfocar desde este punto de vista el Congreso Eucarístico Nacional del 2004, convirtiéndolo en una respuesta inédita en lugar de repetir esquemas seguros? ¿Porqué no ir preparando Congresos del Pueblo de Dios en todos los lugares del país, que permitan una participación madura, libre y crítica de todos los sectores del catolicismo existentes? ¿No podrían ir convergiendo hacia un gran encuentro con ocasión del 200º aniversario de la Argentina en el año 2010? ¿Porqué la Iglesia católica argentina en lugar de querer ocupar todos los espacios no toma una opción histórica de servir al país en una o dos cuestiones de mediano plazo? La cuestión de la pobreza estructural que ya no afecta sólo a los excluidos sino a más de la mitad de la población y la cuestión de la reconstrucción del tejido social, parecen dos vetas a considerar.

La potencia renovadora de Jesús de Nazaret muerto y resucitado nos es contemporánea. Abierta a ella desde un profundo arraigo en el hoy de nuestro pueblo y en de las transformaciones culturales, la pastoral de la Iglesia católica parece llamada a gestar un nueva reforma de su figura histórica. Muchos signos parecen indicar que el pueblo de Dios en la Argentina tiene madurez para emprender el camino.

 

II: Emergencia de múltiples brotes pastorales

 

Personas y comunidades confrontadas con la crisis y con el Evangelio han gestado una corriente pastoral que podríamos denominar fase de ensayos en las bases de la vida. Se trata de un conjunto multiforme de experiencias creativas y germinales de cristianismo en contacto directo con determinadas situaciones vitales. Su capilaridad, diversidad e incidencia hacen aún muy difícil su visibilidad, se resisten a una mirada que pretenda sintetizarlas y dificultan la posibilidad de un pronóstico sobre su continuación. Proponemos algunas pistas para comenzar a descubrirlas.

 

  1. La pastoral “ordinaria” conmovida: ¿hacia comunidades con perfil?

Un primer brote es el que surge de la conmoción de la pastoral cotidiana de las comunidades católicas, cuando éstas deciden afrontar las transformaciones, a menudo radicales, que se verifican en determinados sectores de la vida humana y que afectan directamente la acción evangelizadora. La preparación a los sacramentos, la pastoral del alivio (acompañamiento de la enfermedad), las celebraciones litúrgicas, los cambios en los ministerios de conducción, son apenas algunos de los ejemplos. Ante la imposibilidad de analizarlos a todos, optamos por profundizar en algunas experiencias de transformación de la pastoral pre/matrimonial, pero considerándolas como caso/testigo de lo que ocurre, a su modo, en el resto de los campos mencionados. Esto nos permitirá, luego, esbozar algunos rasgos comunes de estos emergentes.

La pastoral pre-sacramental es uno de los momentos de mayor contacto entre las comunidades católicas y el entramado vital de la realidad de las personas y las familias. Este acontecimiento puede resolverse de forma rutinaria o burocrática, o llegar a convertirse en un punto de partida de una transformación profunda, duradera y hasta estructural de la vida pastoral. Este último ha sido el caso de algunas comunidades respecto de la preparación al matrimonio. La dinámica de cambios sociales en la conformación de las parejas (especialmente el aumento de la edad y el crecimiento de la práctica de la convivencia previa), ha desafiado a la pastoral pre-matrimonial, al punto de poner en riesgo su significatividad y viabilidad. Un conjunto de comunidades parroquiales decidieron asumir el compromiso de leer e interpretar estas transformaciones, de acoger a las parejas reales y de volver a las fuentes bíblicas, experienciales, históricas y teológicas del matrimonio cristiano. Esto fue provocando la emergencia de un novedoso itinerario pastoral; progresivo, creativo, audaz y capaz de responder a la gran diversidad de situaciones de las parejas que se acercan. El acompañamiento de sucesivos grupos, fue ampliando el ámbito de la renovación. Por un lado, afianzando la propuesta y ajustándola a partir de la experiencia espiritual, pastoral y organizativa, que obliga a mayores profundizaciones en todos los campos. Además, se fue viendo la necesidad de incorporar estructuralmente los aportes de la psicología, la psicología social, la sociología y el counseling. Por otro lado, ha exigido que el aporte teológico-sacramental de los presbíteros y la preparación inmediata del expediente y la celebración, se inserten en un proceso coherente y más amplio. El resultado no se ha limitado a que muchas parejas encuentren una experiencia significativa del Evangelio en un momento clave de sus vidas, objetivo explícitamente buscado al inicio, sino que además, las mismas parejas comenzaron a pedir alguna instancia de continuidad. Esto comenzó provocando la organización de un encuentro con ocasión del primera aniversario del casamiento, para extenderse luego a la creación de grupos y comunidades matrimoniales, que a su vez involucran a matrimonios más experimentados como coordinadores. La reacción en cadena siguió con la necesidad de comenzar a analizar con más detenimiento las diversas etapas de la vida matrimonial y a imaginar itinerarios de acompañamiento adecuados, lo que terminó derivando en buscar espacios de acompañamiento para familias en crisis (consultorías matrimoniales), divorciados vueltos a casar, familias monoparentales, etcétera. Por fin, esto ha conducido a realizar una sistematización de las experiencias y su puesta por escrito; y a que las comunidades más avanzadas en el proceso se estén convirtiendo en formadoras de los responsables de los cursos prematrimoniales de otras parroquias.

No sería difícil ver como en muchos otros sectores de la pastoral ordinaria se han estado dando caminos similares como respuesta a la crisis epocal y a la conmoción argentina. Esto nos permite afirmar que este primer tipo de brotes pastorales muestra algunas continuidades que pueden estar marcando una orientación más amplia.

a) Ante todo, muchas comunidades han ido experimentado la necesidad de una cierta “especialización”. La pérdida de significatividad de la propuesta pastoral, la complejidad y diversidad de los ámbitos de la vida a los que ésta quiere acompañar, iluminar y responder, parecen haber desembocado en la conclusión de que una comunidad no puede abordar todos los frentes a la vez; que se impone una cierta opción. En los discernimientos orientados a decidir por dónde comenzar, se perfila el descubrimiento de una “atracción” por algún aspecto de la evangelización; sea en razón de que alguna de las áreas o movimientos de la parroquia o colegio tiene más trayectoria o más cuadros formados, sea porque las exigencias de la personas que acuden lo han urgido, sea porque surgen líderes o influencias espirituales o carismáticas que dan una orientación o sensibilidad, o sencillamente porque la comunidad tiene un estilo, una trayectoria o tradición. Este proceso, es lo que un teólogo ha llamado recientemente el surgimiento de comunidades con perfil. Hablando de las transformaciones culturales europeas y de la creciente desafección institucional de muchos, concluye: “La consecuencia será que las personas para las que la fe siga siendo merecedora de una cierta inversión de tiempo, de actividad y de compromiso, preferirán cada vez más acudir allí donde no se sientan infrautilizadas y consideradas como una “reserva de emergencia”, sino donde puedan saciar su hambre de comunidad viva y de alimento espiritual...Estoy pensando en ciertas comunidades donde se presta una especial atención al mundo de la familia de la infancia, y se celebran misas familiares y juveniles...; pero también en comunidades en las que se practica una liturgia para adultos a la vez entrañable y exigente; o en parroquias y centros con una religiosidad que cultiva la sensibilidad católica tradicional; o en comunidades y grupos de talante carismático; o en comunidades que optan abiertamente por una determinada impronta artística, social o política.” (M. Kehl ¿A dónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, Santander 1997). Esto llevaría a un aumento de la diversidad, a una mayor reciprocidad de dones, talentos y estilos, y a superar la idea de comunidades autoabastecidas y autosuficientes en todos los frentes.

b) Una segunda constante consiste en que, el lanzarse a un tal proceso de maduración, creatividad y audacia, lleva a que las comunidades necesiten realizar nuevas “lecturas” y acercamientos, tanto a la realidad del Evangelio como a la del ámbito hacia el que se orientan. Por un lado, esto implicará la exigencia de una mirada creyente, contemplativa, orante y celebrativa de la acción de Dios a través del aspecto de la evangelización elegido y de las personas y situaciones a las que se dirige; lo que llevará a una profundización en las fuentes bíblicas, en la historia de la Iglesia, la teología y la pastoral. Por otro lado, requerirá un lectura de la realidad respetuosa de la complejidad, forjando un estilo atento a los aportes de ciencias y saberes pertinentes en cada caso. El resultado de un tal lectura, escucha y apertura será que la comunidad, adentrándose en un campo de la evangelización y en un ámbito de la realidad, terminará por encontrarse con el conjunto del Evangelio y de la problemática social, cultural y política de la Argentina.

c) Las comunidades que inician un camino como éste, se vuelven muy atentas a los procesos, a las mediaciones pedagógicas y a la personalización. Se despierta la sensibilidad por evitar la uniformidad de propuestas, por acompañar los caminos de Dios hacia cada persona y grupo cultural, y de éstos hacia la experiencia de Aquel. Esto desemboca en una reflexión acerca de temas tales como las experiencias antropológicas y religiosas fundantes, las etapas de la vida y las crisis vitales; la pedagogía de Jesús y del Espíritu, los itinerarios pastorales para las diversas edades, personas, grupos y ámbitos de la evangelización. Por fin, emergerán la cuestiones relativas a la planificación pastoral, la sistematización de experiencias, la formación de agentes y el tema de los diversos ministerios en la comunidad. Cuando los procesos avancen cada una de estas comunidades podrá convertirse en referencia y foco de irradiación para personas, parroquias y otras instancias de la Iglesia en determinadas vertientes de la evangelización.

 

  1. Espacios renovados o novedosos

Una segunda línea de brotes pastorales es la constituida por la emergencia de “espacios”. Se trata de ámbitos, de lugares vitales donde comienzan a cristalizar experiencias, estilos, vínculos, acciones y respuestas. No tienen la solidez y la contundencia de una institución. Nadie puede saber si están llamados a continuar o si son la primera etapa de un camino en la fragua de nuevos lugares de cristianismo. Algunos son intentos fugaces (pero que en su fracaso permiten corregir el rumbo), otros se van transformando velozmente a partir de su forma primera, otros son hallazgos duraderos. Todos son el resultado de una apuesta por seguir viviendo, volver a vivir, permitir que otros vivan, o hacer posible la vida digna y plena como humanos y cristianos. Son una suerte de primera respuesta pastoral y vital a situaciones nuevas y conmocionantes.

 

  1. Espacios en la base de la vida amenazada

Las comunidades católicas han venido participando, acompañando, (en algunos casos creando) en un conjunto de iniciativas de sostenimiento de la vida amenazada, a través de un denso entramado de espacios: de alimentación (comedores, copas de leche, merenderos, distribución de alimentos); de educación formal e informal (creación de colegios en medios populares, apoyos escolares, educación especial, “Fe y Alegría”, formación profesional); de acercamiento a emergencias sociales (sin techos, noches de la solidaridad, red solidaria, cartoneros, redes de Cáritas); de acompañamiento de situaciones límites (familiares en duelo, víctimas de la violencia de estado, inundaciones); de iniciativa económica (trueque, banco de los pobres, préstamos populares, microcréditos); de contención, recuperación y disminución del riesgo (comunidades terapéuticas, grupos de desocupados, casas del joven); de protesta y lucha social (acción sindical, piquetera, movimientos de desocupados).

Estos espacios de cruce e intercambio entre comunidades, personas y estructuras de base de la Iglesia católica con las realidades de la vida amenazada, han ido gestando dos procesos. Por un lado, un contacto con la realidad capilar del país que está llevando a un conocimiento existencial de la misma y a una cercanía con las necesidades básicas de los argentinos; lo que provoca que la vertiente social, caritativa y promocional del Evangelio vaya ocupando cada vez más lugar en el conjunto de la vida pastoral; al punto de estar cambiando el rostro visible de la Iglesia católica, cada vez más identificada con este tipo de acciones. Por otro lado, está gestando un estilo de trabajo marcado por una creciente conciencia de la necesidad de una organización y gestión serias, con la incorporación de saberes de las ciencias sociales y económicas. Además lleva a un trabajo en común con otras instancias e instituciones, con voluntarios y agentes que tienen motivaciones y modos de intervención diversos de los eclesiales. Por fin, provoca la emergencia de itinerarios cristianos no tradicionales basados en la sensibilidad social y la lucha por la justicia.

 

  1. Espacios alternativos

La crisis en las formas de convivir, tanto en la existencia cotidiana como en la política y la eclesial, han provocado la gestación de una variada gama de experiencias de reunión impulsadas por la dimensión comunitaria del Evangelio de Jesús. Se pueden vislumbrar algunos perfiles:

a) Experiencias de reunión surgidas de cristianos y cristianas disconformes con diversos aspectos de la vida eclesial institucional, que han comenzado a esbozar espacios alternativos de oración, celebración, discernimiento, formación, catequesis, análisis y crítica de la sociedad, condivisión de experiencias de vida matrimonial, comunión de bienes y de misión. Se caracterizan por una decidida autonomía respecto de la institución eclesial, por la búsqueda de una espiritualidad evangélica profunda capaz de dar vida y de relacionarse con la existencia real de los participantes y por la conciencia de ser intentos precarios, en gestación, flexibles, participativos y no hegemónicos.

b) Las comunidades católicas (parroquias y colegios) han creado propuestas de reunión abiertas en el campo de la espiritualidad (jornadas, retiros, preparación a tiempos fuertes); del sostenimiento de la vida económica, social y política (trueque de pago de cuotas escolares por servicios; jornadas de ciudadanía, construcción de la sociedad civil y participación en el control de la gestión política); itinerarios de lectura de la palabra (lectura popular de la Biblia, cursillos sobre determinados libros de la Escritura, círculos bíblicos), formación y producción teológica; experiencias en el campo de la celebración litúrgica (incorporación de predicas dialogadas, recursos visuales, innovaciones musicales y artísticas, canales celebrativos en orden a elaborar situaciones de crisis psicológica y social).

c) Desde muchos campos de la vida pastoral han estado surgiendo nuevos espacios como fruto de lo que podría llamarse una “fecundación intercarismática”. Se trata de una serie de experiencias donde se combinan, de una manera original, estilos evangélicos de vivir y actuar hasta ahora acotados a determinados movimientos, sectores, carismas o estados de vida. Una de sus modalidades es la aparición de comunidades de vida consagrada que combinan el carisma monástico con formas de acompañamiento a la vida laical y a diversas expresiones de la vida diocesana; o de comunidades laicales autónomas que se vinculan a un carisma monástico, manteniendo una estrecha sintonía con la espiritualidad y una clara diferenciación en el modo de vivirla desde la peculiaridad de la propia vocación; lo que se traduce en un estilo laical de contemplación, lectura de la palabra, animación, acción social, vida comunitaria y servicio a la Iglesia (organización de retiros, experiencias de trabajo, acompañamiento de procesos de discernimiento). Un segundo ejemplo son las experiencias denominadas de carisma compartido, en las que se han involucrado, a nivel internacional y local, varias congregaciones religiosas. Se trata de una novedosa participación de los laicos y laicas en la vida, el itinerario, la responsabilidad, y la formación de las respectivas familias religiosas en otro tiempo reservadas a los miembros consagrados. Esto incluye jornadas de formación común entre religiosos/as y laicos, participación en instancias de decisión y, sobre todo, la conciencia de que se trata de formas diversas pero plenas (no derivadas) e integrales (no degradadas) de recepción y desarrollo del carisma. Una tercera vertiente de este proceso son los intercambios de estilos y figuras evangelizadoras entre movimientos y grupos eclesiales. Por ejemplo, un conjunto de particularidades de la renovación carismática, como las formas de oración, la música, la sanación, la formación para ministerios diversificados, han sido asumidos y releídos por muchos sectores de la Iglesia católica. Modalidades propias de las comunidades de base o los Seminarios de formación teológica, como estilos de discernimiento y compromiso, relación con movimientos sociales, ferias, ejercicio de la opinión pública en la Iglesia, están siendo recibidos por parroquias, instituciones y movimientos.

d) Algunos espacios institucionales han comenzado una experimentación de nuevas figuras. Grupos de obispos se reúnen por elección a compartir ámbitos de oración, intercambio, descanso y formación. Se está dando una búsqueda de estilos diferenciados de formación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada; con experiencias en parroquias, períodos de trabajo no pastoral, pasantías en centros asistenciales, educativos o comunidades terapéuticas; convivencia y vivienda en grupos pequeños y casas no ligadas a la actividad pastoral; interrupción del itinerario formativo en orden a afianzar aspectos vocacionales, de personalidad o de opción. A lo que cabe agregar el afianzarse de escuelas de ministerios eclesiales, orientadas a buscar discernir y acompañar una creciente diversidad de servicios y vocaciones a la evangelización

El impacto de las transformaciones epocales y de la conmoción nacional en la vida pastoral de la Iglesia católica argentina ha sido (y está siendo) muy profundo. Malestares y emergencias son apenas dos cauces para adentrarse en las heridas y los brotes, en el dolor intenso y en el misterio desbordante que brotan de este encuentro.

 

III: Hipótesis y consecuencias

 

Dadas las condiciones de transicionalidad en la que nos encontramos, los enunciados que siguen son fuertemente conjeturales y necesitados de reformulación frecuente.

 

  1. Primera hipótesis: un cambio de ciclo largo en la figura histórica del catolicismo

El cristianismo en general y el catolicismo romano en particular, especialmente en los países donde ha sido tradicionalmente religión mayoritaria, se encuentra en un cambio histórico de ciclo largo. El lugar cultural de sus creencias, prácticas e instituciones se está transformando de manera decisiva. Su figura histórica atraviesa un proceso inédito de grandes proporciones.

Estas son algunas de las consecuencias que parecen seguirse:

a) El catolicismo romano argentino ya no puede seguir considerándose, sin más análisis, como una cosmovisión ampliamente compartida por la mayoría de la población del país, ni tampoco como la única figura religiosa socialmente relevante (a su lado ocupan un espacio importante el pentecostalismo, el afroamericanismo, la indiferencia religiosa, las sensibilidades religiosas de tipo oriental, las figuras combinadas...). Decir que el 87% de la población del país es católica, no puede tomarse como equivalente a una pertenencia y adhesión a sus principales convicciones ni, muchos menos, a prácticas reguladas por las prescripciones de sus representantes oficiales.

b) La Iglesia católica argentina está llamada a considerar, con toda atención, la posibilidad de tener que asumir un desplazamiento de su lugar cultural, hasta ahora central. Implicaría revisar la viabilidad de seguir considerándose como una institución religiosamente mayoritaria, como la más importante reserva de sentido y valores para la población en general, como ámbito de mediación en la mayoría de los conflictos sociales significativos y de ubicarse como un espacio de diálogo por encima de las partes. Supondría, también, revisar la “naturalidad” con la que suele hablar en nombre de las opciones, motivaciones y convicciones de la mayor parte de los argentinos, incluso de los que se autodeclaran católicos. La representatividad real de su voz pública debe ser seriamente sopesada.

c) Será necesario revisar un estilo evangelizador arraigado que se plasma en una pastoral de “horror al vacío”, que considera que las comunidades católicas no deben dejar ningún espacio libre y que pueden satisfacer todas las demandas de promoción social, asistencia, presencia, acompañamiento, anuncio, enseñanza, oración, etcétera. Según este modo de concebir la evangelización, sería necesario llegar a todas las zonas geográficas, a todos los tipos de personas en cada una de sus situaciones particulares. Habría que estar a la altura de todos los frentes culturales nuevos que se abren, tener agentes de pastoral en cada emergente epocal y atender a todas las instituciones importantes para la vida personal y social de los habitantes de nuestro país. Este estilo es el fruto de imaginar un mundo pastoral con una Iglesia católica ubicada en el centro de la escena y con una infinita disponibilidad de bienes, agentes pastorales, líderes y proyectos. Se crea un imaginario de católico/a comprometido/a, de diácono, presbítero y obispo “omnipotente” y “omnipresente”, con la consiguiente tendencia a la desresponsabilización de los demás, a la delegación de la tarea de responder a las exigencias evangélicas y a formas comunitarias fuertemente centralizadas.

d) El catolicismo esta dejando de ser una obviedad cultural, con la que se entra en contacto por el sólo hecho de vivir en la Argentina. La transmisión de la fe cristiana por las cadenas de tradición familiar y de instituciones religiosas locales (parroquias, colegios) podría estar colapsada. No sería erróneo pensar que un número creciente de niños y adolescentes carezca ya de una socialización religiosa primaria básica, ni suponer que, en número creciente, los habitantes de nuestro país recorrerán su itinerario existencial sin ningún vínculo significativo con las instancias ordinarias de la Iglesia católica y sus agentes (con la única excepción de la imagen de opinión pública que llega a la generalidad de la población).

e) La forma histórica de construcción de la subjetividad y de configuración de las identidades podría estar gestando un nuevo tipo humano, marcado por la individualidad y por un mundo vital multicéntrico, que no tiende a gestar proyectos existenciales y búsquedas vinculares en torno a un solo polo, ni a jerarquizar ideas y prácticas a partir de un patrón único considerado como pivote en torno al cual gira todo el resto. Este policentrismo identitario y existencial pone en cuestión propuestas evangelizadores pensadas para tipos humanos de otro ciclo histórico: caminos uniformes, itinerarios automáticos para etapas de la vida, suposición de experiencias básicas de alteridad, trascendencia existencial y vinculación humana básica, etcétera.

 

  1. Segunda hipótesis: cambios en la figura histórica de búsqueda de sentido, verdad, pertenencia y trascendencia

La transformación del tipo humano trae también cambios en la figura histórica de las búsquedas, anhelos y deseos. La mutación de las preguntas no es la cancelación de los ensayos de sentido, vinculación, pertenencia, trascendencia, alteridad, verdad, belleza, justicia, comunidad, compromiso ético y construcción pública. Pero parece una interpretación insuficiente el limitarse a considerar que sólo se verificarán cambios de maquillaje, mientras que los deseos antropológicos “eternos” seguirán inmutables. En este marco, la cultura occidental actual no aparece como una fuerte dadora de sentido ni como creadora de vigencias ideológicas, de motivaciones existenciales, de espacios e instituciones que tiendan a hacer esperar a las personas una vida más digna, justa, igualitaria, incluyente y plena. Occidente no parece irradiar futuro y atracción vital entre los propios y tampoco parece muy receptivo con los “ajenos”.

Algunas consecuencias para la vida pastoral pueden imaginarse:

a) La experiencia histórica de las comunidades cristianas invita a suponer que, en un tal ciclo histórico, se abre un campo fecundo para la capacidad despertadora, transformadora, perdonadora, recreadora y atractiva del Evangelio de Jesús de Nazaret. Su dación de sentido, encuentro y motivos, lejos de aparecer anacrónica, podría ser sincrónica y apta para este tiempo. Pero esto no significa que las iglesias y las mediaciones tradicionales del cristianismo vuelvan a ocupar un nuevo lugar cultural luego de un rápido y simple reacomodamiento de formas exteriores. La “noche oscura” institucional y de figura histórica del cristianismo recién comienza; el desafío de desestructuración y desmantelamiento que parecen traer aparejados los cambios de ciclo largo, apenas está despuntado.

b) Pareciera que, en tiempos de una tal transición histórica en la que las discontinuidades dan el tono, fuera más bien necesario lanzarse hacia la atención y escucha de las formas y mediaciones que Dios mismo va eligiendo en la vida concreta de personas, familias y comunidades. Dos metáforas pueden ayudar a expresar mejor esta idea: la del observatorio astronómico y la del ensayista.

Cuando se trata de observar lo que ya se sabe que se quiere ver, abundan las técnicas de investigación. Pero cuando se trata de abrirse a un campo inmenso del que no se sabe qué llegará, de dónde lo hará y qué lenguaje traerá, el observatorio parece lo más indicado. Los astrónomos combinan una observación disciplinada con una atención de amplio espectro, la memoria cuidadosa de los registros de lo visto y la capacidad constante de sorpresa por lo que pueda llegar. No se sabe si vendrán pulsos, rayos, interferencias, ruidos o realidades que nunca antes fueron vistas y de las que se desconoce el lenguaje que “hablan” y la estructura que tienen. Del mismo modo, Dios puede estar llegando y pasando por lugares que “no solía frecuentar”, o muy diversos de aquellos en los que acostumbrábamos a verlo.

Ámbitos, aspectos, carismas, experiencias y lugares del mundo muy diversos de los que suelen estar en nuestro radio de observación, podrían darnos indicaciones decisivas. Es probable que, al comienzo, sus códigos resulten desacostumbrados, que provoquen variaciones extrañas en los instrumentos de medición, y que no sepamos de qué se trata exactamente.

El caso de quien escribe un ensayo va en la misma línea. A veces arriesga una mirada inédita sobre temas en torno a los que se han escrito ríos de tinta; otras, se juega a desentrañar un argumento al que nadie en su sano juicio hubiera dedicado su tiempo y talento. Cuando los ensayos son buenos, sus resultados suelen no dejar conforme a casi nadie, pero los efectos de sentido que provoca afectan profundamente a todos los lectores, provocando una conmoción en la mirada. Las acusaciones abundarán: “es prematuro, simplista y generalizador”; o “no ha entendido correctamente a tal autor o siglo”, o “no ha considerado bibliografía indispensable y no ha seguido ortodoxamente los métodos”. Pero será difícil escapar a su fascinación y al influjo de su cambio de perspectiva para mirar la realidad en cuestión. Y será más difícil aún responder a la pregunta ¿cómo se le puede haber ocurrido? Podría decirse algo análogo del estilo pastoral/evangelizador para este tiempo histórico. Será un tiempo de ensayos buenos y responsables, seguramente; pero ensayos al fin, arriesgados, que no dejan de suscitar perplejidades por sus métodos y no convencen del todo a los que han trabajado previamente los temas. Ensayos necesitados de acompañamiento y corrección madura, por cierto, pero ensayos a la intemperie en el corazón de la vida tal como se da en este cambio de ciclo.

c) Es probable que en la pastoral ordinaria de las comunidades cristianas se estén dando experiencias de la acción de Dios, emergentes de un estilo pastoral futuro y de nuevas formas de presencia cultural del catolicismo. Es posible que muchos aspectos de la vida capilar de nuestras comunidades estén mucho más avanzados en el nuevo ciclo que las configuraciones históricas más amplias. Es pensable que en la vida de muchas personas poco vinculadas con los espacios tradicionales del catolicismo estén amaneciendo huellas y ensayos destinados a marcar rumbos.

d) La revelación judeocristiana es histórica. Esta frase es un lugar común en la reflexión teológica, pero no es siempre tan común sacar sus consecuencias. Entre otras cosas, implica que la Presencia de Dios en el Espíritu de Jesús Mesías se entraña en la densidad de lo humano asumiendo los estilos antropológicos de las épocas y que la revelación se transmite transitando por la complejidad y los pliegues del entramado de la vida real de personas y pueblos. No me gustan los creyentes porque van demasiado rápido a la trascendencia, decía un poeta. Ser fieles al cielo los ha llevado a traicionar a la tierra, gritaba un filósofo aún más enojado con los cristianos. Ha sido muchas veces el caso y, en tiempos como el que corre, podría lamentablemente repetirse por miedo, por conservación o por aferramiento. Pero no es el caso del Hijo hecho hombre, de la Palabra acampada entre nosotros, de Jesús que no tuvo vergüenza de llamarse hermano nuestro.

 

Malestares, emergencias e interpretaciones. Un tríptico de propuestas para un camino que nos ocupará largamente: el de las repercusiones que la transición y la conmoción del mundo/Argentina están teniendo en la vida pastoral de nuestras comunidades.


Subsidio bibliográfico

C. Boff (y otros), As comunidades de base em questão, Sao Paulo 1997.

J. Comblin, Pastoral urbana. O dinamismo na evangelização, Petropolis 1999.

Conferencia episcopal de Chile, Orientaciones Pastorales (2001-2005), (http://www.iglesiachile.org/cech/documentos).

  1. Chamorro Greca, Dos épocas de la vida de la familia de la ciudad de Córdoba. Un estudio sociológico diacrónico, Córdoba 1997.

C. Floristán, Para comprender la parroquia, Estella 1996.

M. Kehl, ¿A dónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, Santander 1997.

X. Pikaza y N. Silanes (eds.), Los carismas en la Iglesia. Presencia del Espíritu Santo en la historia, Salamanca 1998.

  1. Ramos, Entre la resignación y el profetismo. Refundando la vida consagrada en la Argentina, Buenos Aires 2001.

Secretaria Status, Statistical Yearbook of the Church 2000, Città del Vaticano 2002.

A. Torres, La Iglesia que nos robaron, Madrid 2001.

  1. M. Velasco, El malestar religioso de nuestra cultura, Madrid 1993.

J. M. Velasco, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander 2002.

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