PECADO DEL MUNDO, LUZ DEL MUNDO (Jn 1,29 y 9,5)
José Ignacio González-Faus
(Tomado de CONCILIUM (1999) Nº 283, Noviembre, pp. 59-70)
“El mundo moderno está lleno de ideas cristianas ( Bernanos).
Dios está airado, Dios está asolutamente furioso por lo que se está haciendo al pueblo de Sudáfrica hoy. Lo digo sin ninguna vacilación (Albert Nolan en 1987).
Siguiendo el viejo consejo de K. Barth ("en una mano la Biblia y en la otra el periódico"), habría que intentar leer la misma Escritura con un ojo en el Sólo de este modo la lectura de la Palabra evita el desenfoque de una abstracción unilateral, que ya no puede ser interpeladora porque ha eliminado todas las concreciones.
Espero, pues, no apartarme del tema pedido (que es un análisis bíblico-teológico de la noción joánica de “pecado del mundo”) si ese análisis me lleva constantemente a referencias y alusiones a mundo.
Para concretar en un ejemplo esas alusiones, veamos de qué diferente modo suenan muchas frases del cuarto evangelio, si sustituimos s históricas que son la palabra abstracta
- Pecado del rnundo, pecado del progreso
Que semejante sustitución puede hacerse lo sugieren estas dos observaciones:
a) Todo progreso quiere ser, en realidad, un paso del caos al Mundo y progreso tienen pues cierta relación, aunque no equivalencia. Mucho más si admitimos que Dios no crea un mundo estático y acabado sino que:
“Dios ha querido un mundo que se va formando y que, además, va b) Además, el progreso puede tener (y de hecho tiene) mbivalencia de la palabra "mundo" en el cuarto evangelio. Como ya es sabido, el mundo es por un lado el objeto del amor de Dios, que le entrega a su Hijo no para condenarle sino para que se salve por El (cf. Jn 3,1 5.17 y 12,45). Por otro lado, el mundo es el objeto de la condena de Dios, por el cual ni siquiera ruega Jesús (Jn 17,9) porque “sus obras son malas” (7,7) y esos dos sentidos tan opuestos coinciden a veces en expresiones en las que no parece posible deslindar si se refieren al primero o al segundo: por ejemplo cuando Jesús “habla al mundo” (8,26) o dice que “ha venido al mundo” (11,27).
Desde esta doble observación, hagamos ahora las siguientes paráfrasis del cuarto evangelio, sustituyendo la palabra "mundo" por "progreso" o "libertad":
He aquí el Cordero de Dios que cargó con el pecado del progreso (cf. Jn 1,29).
b) Estaba en la libertad, y la libertad fue hecha por El... pero la libertad no le conoció (cf. Jn 1,10).
c) Mi Reino no es el de este progreso (cf. Jn 18,36). 0 “Yo no soy de esta libertad” (8,23).
d) Y junto a esas connotaciones negativas para “nuestro” progreso, pónganse todas las expresiones positivas en las que la adhesión a Jesús consiste en reconocerlo como “salvador de la libertad” (cf. 4,42), como “el Profeta que este progreso necesita" (cf. 6,14); o en que el mismo Jesús se califica como luz del progreso o como el que da vida al progreso (cf. Jn 12,43; 6,34).
No son paráfrasis descabelladas. El progreso y la libertad son el gran Absoluto de nuestro mundo: como motivo de orgullo en el llamado Primer Mundo y como señuelo irresistible para el Tercero.
Pues bien, este progreso que es el “nuestro” y con el que arribamos a las puertas del 2000, está marcado por un profundo pecado estructural. Y entiendo que los cristianos deberíamos aportar al cambio de milenio, junto a una mística fundamentadora del progreso y de la libertad, también una profunda crítica de muchos aspectos (políticos, religiosos, culturales y económicos) de este progreso concreto en el que estamos embarcados: subrayando el adjetivo "este" en paralelo con las veces que el cuarto evangelio ciñe su crítica a “este” mundo (vg. 18,36 ya citado) (2).
En conclusión, existe un “pecado del progreso”, como para el cuarto evangelio existía un "pecado del mundo". Nos queda preguntarnos cuál es ese pecado que Jesús desenmascara y esa salvación que parece ofrecerle. En otro momento, desde un análisis más sociológico, estructuré las críticas a nuestro progreso en estos tres capítulos: la razón que utiliza, su carácter insolidario y su incapacidad para adoptar la óptica de las víctimas que él produce (3). Ahora vamos a intentar una crítica semejante, pero desde la óptica > II. la trama de este mundo: mentira y víctimas de violencia
En diversas ocasiones aparece que el pecado del mundo consiste para Juan en ser un orden construido sobre una mentira implantada que favorece la violencia asesina. 0 construido sobre una injusticia asesina que se enmascara con la mentira. El cuarto evangelio no distaría mucho de la célebre definición paulina del pecado como “ Veamos algunos ejemplos:
a) Para Jesús, el mundo desconoce a Dios como Padre y corno Justo (cf. Jn 17,25). Ésta es la raíz de toda la oposición entre Jesús y el mundo, que veremos en el apartado siguiente: Dios como Padre es el fundamento de una fraternidad de la que nadie, ni uno solo, puede ser excluido. Y Dios como justo es, según toda la tradición bíblica, el vindicador de las Excluidos y víctimas son precisamente el reverso de nuestro progreso.
b) Cuando Jesús declara a Pilatos que su Reino no es de Y sin embargo Él ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. La reacción de Pilatos, interrumpiendo la conversación, vale como símbolo de la reacción de nuestro progreso ante la verdad.
c) Jesús define al Principio Estructurador (o “el Príncipe”, personificándolo) de este mundo como homicida e instalado en lad) Y frente a estos dos principios estructuradores -violencia homicida y mentira (o “tinieblas”)- Jesús aparece constantemente como principio de vida y de luz Luz y vida son dos temas que se anuncian ya -junto al rechazo del mundo- en esa especie de obertura musical que es el prólogo del cuarto evangelio.
Si desde estas observaciones echamos una mirada a nuestro mundo, no será difícil poner nombres a todas esas falsificaciones implantadas y enmascaradoras de violencia asesina, que han ido tejiendo las redes de relación interhumanas. Por ejemplo:
a) Esa falsificación del hecho social por la que los valores compartidos (que son los que aglutinan toda verdadera comunidad) han pasado a ser en realidad intereses travestidos. Casi todas nuestras palabras axiológicas (patria, libertad, religión, derechos...) cubren casi siempre intereses mucho menos bellos y antifraternos.
b) Esa falsificación de la relación interpersonal que se produce en lo que los evangelios llaman escándalo (y nosotros más sencillamente seducción, mal ejemplo o mímesis del deseo) y en la cual la oferta de un camino de realización o de dicha para el otro enmascara en realidad la busca de una confirmación (o complicidad) para el propio camino errado (casos por ejemplo de la droga o de algunas seducciones sexuales).
c) La mentira de las “falsas necesidades” inducidas, que fue presentada como un “nuevo evangelio económico” y que degrada al presunto (4). Necesidades falsas, pero que acaban siendo tan reales que hacen necesaria la destrucción del planeta por el hombre.
d) La mentira de la llamada “industria cultural” (T. Adorno, M. Horkheimer) que pervierte los frutos del espíritu humano en simples objetos de consumo fácil, trastocando lo más gratuito que posee el hombre en mera mercancía (piénsese en la mayoría de las películas y series de televisión norteamericanas).
e) La mentira del llamado "mercado global" como principio último, autorregulador, providente e integrador, que rechaza todo principio corrector porque él mismo corrige sus aparentes (!) desmanes simplemente a base de más mercado.
f) La degradación estructural de situaciones que hacen necesario el mal para subsistir, como el drogadicto necesita la heroína (los niños explotados, pero que no podrán dejar de trabajar de golpe porque sería todavía peor).
g) Y finalmente la tremenda seducción del mal como medio para hacer el bien: de querer acabar con el bien a base de más mal. El tema girardiano de sacralización de la violencia como medio que acaba con la violencia, cuando en realida ese mal asumido como medio salvador no hace más que malearnos y acaba sacando lo peor de nosotros mismos (5).
Los enunciados son inevitablemente simples y la realidad es mucho más compleja, surcada de situaciones límite que demandarían bastantes matices en los párrafos anteriores, y que, con frecuencia, son sólo el término insoluble de llegada de una larga historia previa. Pero debe quedar claro que un mundo (y un progreso) estructurado sobre esa mentira que descnoce las víctimas, ni conoce efectivamente al Dios de Jesús (Padre Justo) ni tiene que ver con la categoría jesuánica del Reinado de Dios.
El pecado del mundo puede definirse entonces como una pérdida de la luz: el progreso de la humanidad camina en la oscuridad: en esas “tinieblas” que aparecen ya en el prólogo del cuarto evangelio (1,5) como misterio global en el que se desarrollará la trama posterior del evangelio. El mundo no avanza hacia más humanidad pese a sus deslumbrantes logros tecnológicos, sino que parece avanzar hacia la infrahumanidad de unos (los excluidos de esta globalización tan poco global) y hacia la inhumanidad de otros (los beneficiados por ella).
Pero esa pérdida del norte que sufre el progreso de nuestro mundo es, en buena parte, obra del hombre, no una fatalidad ajena a él: el balance negativo se da porque la luz vino al mundo y “los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3,19).
En conclusión: el pecado del mundo es como una implantación del mundo en la mentira, una constitución o estructuración a través de la falsedad que, naturalmente, condiciona a los hombres guiándoles mal, pero que ha comenzado con ellos. El resultado (6), es que ese mundo “no puede recibir el Espíritu de la verdad” (Jn 14,17-19) ni puede dar paz como la da Jesús (14,27).
- Jesús: desenmascaramiento hasta el conflicto y amor “hasta el fin” (Jn 13,1)
- Kähler hizo famosa la frase de que los evangelios son historias de la pasión con un prólogo un poco largo. Aunque la frase se refería a los sinópticos, puede valer también del cuarto evangelio; sólo que ahora el prólogo no está tejido por una trama de episodios históricos sino por una trama ideológica o teológica. Quien mata a Jesús es un pecado implantado, una especie de cáncer espiritual cuyos principios son -como ya dijimos- la mentira y la violencia. A estas dos palabras, el cuarto evangelio contrapone c constantemente otros dos principios de acción que brotan de Jesús (no del archón de este mundo) y que son La luz frente a la mentira, la ceguera y las tinieblas de las pseudojustificaciones (7). Y el amor como nueva atmósfera que va cambiando al hombre. Ambos principios se encarnan en Jesús, cuyas palabras son verdaderas porque vienen de Dios (vg. 17,8), y cuyas obras son vida porque son las obras del Padre (10,25). Veamos un poco más despacio este proceso.
- 1) La palabra de Jesús desenmascara siempre que “las obras del mundo son malas” (7,7) y las razones que las sustentan también porque hablan “buscando sólo la propia gloria” (7,18). Jesús desenmascara eso, aunque ello le cueste ser odiado porque esta historia no constituye su Pero aun así, ese desenmascaramiento acaba introduciendo un principio de subversión en este orden presente: “para eso he venido, para que los que ven no vean y los que no ven vean” (9,39). La cumbre de ese proceso de desenmascaramiento es la frase con que termina el episodio del ciego de nacimiento, y que es una de las más serias de los cuatro evangelios:“si estuvierais (de veras) ciegos no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste” (9,41).
- 2) Pero, además de desenmascarar, Jesús ofrece al hombre la posibilidad de un cambio de filiación: la posibilidad de dejar de ser hijos de este mundo (8,23) para pasar a ser hijos de Dios (1,12). No se trata de un mero cambio de nombre, ni siquiera de una nueva toma de conciencia: ese cambio se verifica por la identificación del discípulo con Cristo, la cual supone una reconversión del deseo humano. Aquí desempeñan su papel otros dos temas muy joánicos: el pan y el agua. El “pan del cielo” (6,32.51 ) frente a otro pan que no logra evitar la muerte ni sacia el deseo humano de vivir (6,49.50). Y el agua viva frente a otra agua que no acaba de saciar la sed humana (4,1 3ss y 7,3 7ss).
- 3) Como hemos dicho al comienzo de este apartado, esa filiación se transparenta no sólo en las palabras sino en las obras de Jesús. Jesús no sólo denuncia sino que actúa. Y sus obras son inadmisibles para este orden establecido. Arroja del templo a los mercaderes “porque el Nombre de Dios no puede ser utilizado para el lucro propio”. Libra de ser lapidada a la adúltera porque el celo por la Ley de Dios no puede ser utilizado para condenar a los demás sino para cambiarse a sí mismo (8,3ss). Cura en sábado (5,10 y 9,13) y habla en público con una mujer samaritana (4,5 ss) porque el mundo suele utilizar lo más sagrado como excusa para desentenderse de aquellos a quienes excluye...
En esas obras no sólo se denuncian actitudes personales, sino estructuras sociales: porque el mundo suele institucionalizar aquello que considera más sagrado, en forma de excusa para la opresión antifraterna o el lucro propio. Y otra vez: en la medida en que el progreso sea hoy una de las categorías más sagradas para nuestro mundo, es decir: en la medida en que el progreso sea nuestro “sábado”, nuestro “templo” y la garantía de nuestra seguridad de elegidos, cabría decir que “curar en sábado” equivaldría hoy a desoír las normas de ajuste duro del FMI que siempre recaen sobre los mismos (pero otra vez: ¿quién podría desoírles sin atraerse el ser olvidado y apedreado como enseguida diremos?).Y expulsar del Templo a los mercaderes podría ser negarse a eso que Baudrillard califica como “el triunfo de la mercancía absoluta”, y tratar de poner pequeños signos de que las armas no pueden ser
>3.4) El capítulo 11 del cuarto evangelio (46ss) muestra que todas esas obras, aunque para Jesús sean las obras de su Padre, constituyen una amenaza de muerte para el “(des)orden establecido” (E. Mounier). Pero, en aquella sesión asustada del sanedrín, comienza a ponerse en evidencia el pecado de este mundo que consiste en sacrificar a cuantos inocentes haga falta en defensa de nuestro “sitio” y de nuestra “ciudadanía” ( Con ello está anunciado el desenlace casi inevitable. Pero antes, en un breve inciso, conviene decir una palabra sobre lo que todo esto supone para el discípulo de Jesús. Sin esa aplicación propia, todo lo anterior podría convertirse en una demagogia fácil y quizás egoísta.
- El discípulo como el Maestro: conflictividad de la existencia cristiana
El seguimiento de Jesús es un término sinóptico que, en Juan, parece sustituido por una especie de identificación con Cristo o de permanencia en El (15,4), que podríamos llamar discipulado. Su contenido es una vida semejante a la de Jesús, que contradirá los principios estructurantes de “este orden”, sin dejar por eso de amarle: no ser sacado de este mundo sino ser liberado de su mal (Jn 17 11.15). El discípulo difícilmente podrá “amar su vida” en un mundo como éste (12,25). Y ello supondrá una identificación final con el destino del Maestro (13,16): “si el mundo os odia por ello, sabed que antes me odió a Mí”; “si fuerais del mundo el mundo os amaría, pero no lo sois” (cf. 15,18). Lo cual implica un contraste difícil de soportar: “el mundo seguirá alegrándose... mientras vosotros tendréis tribulación en el mundo” (cf. 16,20). Sólo se añade que esa tribulación está sostenida por la victoria de Jesús sobre el mundo, que convierte el dolor del discípulo en un dolor de parto de un mundo nuevo (16,20-22.33), y que parece retomar la misma explicación que Jesús se daba a sí mismo en un momento de turbación anímica (12,27): la diferencia entre el grano de trigo que se conserva “sólo” pero infecundo, y el grano que acepta ser comido por la tierra (12, 24-25).
Juan es en todo esto de una simplicidad casi fundamentalista: hoy echaríamos de menos la otra advertencia: un mundo que a pesar de su pecado está también recapitulado en Cristo, ha aborrecido muchas veces a los discípulos-de-nombre, precisamente porque no actuaban como tales (9). Tampoco reconoce Juan la existencia de cristificados anónimos fuera del cuerpo sociológicamente cristiano (Simone Weil, Gandhi ... ) que, con referencia a Jesús o sin ella, dan lecciones de discipulado a los que nos llamamos cristianos... Pero podemos perdonar esta simplicidad en una situación tan cercana a los hechos fundacionales.
V Para el cuarto evangelio, la muerte violenta de Aquel que era, a la vez el norte del progreso y de la libertad (la “luz del mundo”) y la vida del mundo, constituye el mayor argumento de Dios para poner en evidencia el pecado de este presunto “orden”, de este presunto “progreso” (kosmos). En mi opinión, uno de los valores del cuarto evangelio reside en que pocos documentos neotestamentarios hablan más que él de la entrega de la vida, y sin embargo no ofrece ninguna ambigüedad lingüística que permita malentender esa entrega como ontológicamente necesaria para Como siempre, la percepción de este argumento de Dios es obra del mismo Espíritu del que se dice que al venir al hombre “pone en evidencia”
a) El pecado consiste en creer más en los valores de este orden o de este progreso que en los que representa Jesús (“no creen en Mí”: 16,9). Jesús representa la gratuidad y la justicia, la filiación y la fraternidad universales. Los valores que estructuran este mundo podríamos calificarlos hoy como el eficacismo por encima de la justicia, el llamado “evangelio del consumo” contrario al de la fraternidad, y el imperativo tecnológico contrario a la filiación y la gratuidad (10).
b) El juicio de Dios da la razón a los valores de Jesús y no a los valores de “este” mundo. Por eso según Juan no le queda al mundo más salida que creer y saber que Dios ha enviado a Jesús, y ama a los que viven como El (17,21.23).
Por ambas razones dirá Jesús después que su Reino no es de este mundo (18, 36). Ya he dicho antes que la frase no tiene un sentido temporal sino axiológico: los valores que producen este (des)orden no llevan al Reinado de Dios que anunciaba Jesús. Son tan ajenos a El que la frase citada constituye en el cuarto evangelio una especie de “inclusión” con la del capítulo 3 (vv.3ss): para entrar en el Reino de Dios tendría el hombre que nacer de nuevo (pasar de hijo de este mundo a hijo de Dios, como ya hemos dicho). Esas dos únicas menciones de la palabra “Reino” enmarcan toda la discusión (el “juicio” si se prefiere) de Jesús con los judíos, que va acompañando la actividad de Aquél en el cuarto evangelio.
c) Pero también, por ambas razones, el Espíritu pone en evidencia la crisís de este orden (o el juicio de Dios sobre él), la cual consiste en las atrocidades que tiene que aceptar para seguir adelante, y por las que “el Príncipe de este mundo” queda juzgado (16,11) desde el momento en que necesita eliminar al que era precisamente su luz y su salvador: a Jesús, el Santo de Dios... San Ireneo dirá poco después que la muerte de Jesús “recapitula el derramamiento de toda la sangre de los justos y de los profetas que ha tenido lugar desde el comienzo de la historia”. Desde esa muerte brillan con luz insoportable todas las víctimas sobre las que se levanta nuestro progreso; y éste queda como lady Macbeth: obsesionado por (pero incapaz de) borrar de sus manos la sangre de las víctimas: bien sean las de un Mercado absoluto que se presenta como integrador de todo (desde el comercio de esclavos y el expolio de América Latina hasta los terceros y cuartos mundos que parecen quedar fuera de nuestra definición de mundo), bien sean las víctimas que son tales por desenmascarar la mentira de este orden: Mons. Romero, M. Luther King, Ignacio Ellacuría, Juan Gerardi...
Juan anticipa tanto esa victoria de Dios que parece olvidar su carácter escatológico: narra una pasión de Jesús victoriosa, y llamativamente indolora, como tantas veces se ha dicho. Pero lo escrito hasta ahora debería compensar esta anticipación escatológica. Y de hecho, luego del evangelio, la primera carta explicitará esa compensación: la victoria que vence al mundo no es sólo la muerte de Jesús (como sugiere Jn 16,33) sino “nuestra fe” (1 Jn 4,5). En esa fe entra ya la opción por un mundo un progreso que pongan como sus absolutos los valores de la filiación divina del hombre y de la fraternidad humana, en lugar de los valores de la competitividad total, del evangelio del consumo y del imperativo tecnológico.
Por eso, que el Reino no sea de este mundo no significa que no haya de tener infinidad de signos intrahistóricos. Uno de esos signos debería ser el progreso,-siempre que fuese un progreso en la igualdad y no en la sola competitividad; en la fraternidad y no en la exclusión o la enemistad; en la libertad y no en las mil esclavitudes personales o institucionales, aunque fuese un progreso materialmente más lento. Pequeñas, pálidas o parciales realizaciones de esa forma de progreso florecen de vez en cuando en diversos puntos de la tierra. Otras veces, el “principio de de Caifás” parece invertirse, y los testigos que fueron quitados de en medio en lugar de desaparecer siguen irradiando nueva luz y generando nueva vida, como el grano de trigo que pareció morir en la tierra (12)... Otras veces queda esa protesta inacallable que sigue resonando obstinadamente por entre las avenidas del mercado global y del pensamiento único y esperamos que seguirá resonando durante el próximo milenio.
Conclusión: ¿Dionisos y/o el Crucificado?
Creo que pocas veces se ha formulado mejor el dilema de este artículo que en una de las contraposiciones que hace Nietzsche entre Dionisos y el Crucificado. Como nota con gran agudeza, “no es una diferencia en lo que toca al martirio sino en el sentido de este”. Y la formula así:
“Por el otro lado, el sufrimiento del Crucificado en cuanto inocente como fórmula de su condena” (13).
La lucidez del increyente Nietzsche no puede llegar más que hasta ahí. Lo que el seguidor de Jesús se ve llamado a aceptar es que “la inocencia del crucificado que sirve de argumento” no lo es para condenar al mundo sino para salvarlo (Jn 3,17): que el Crucificado puede redimir a Dionisos y recuperar “la vida y su eterna fecundidad”, liberándola de su voluntad de aniquilar.
Esa es la insólita apuesta cristiana. Es muy comprensible que sea rechazada. Pero también parece verosimil que la única esperanza para el 2000 se dará si la realidad se ve orientada en esa dirección y no en la contraria. Aunque luego quede lejos de la meta.
NOTAS
1) X. Zubiri
2) Ese pecado estructural es tan radical y tan originario, que un hombre como K. Marx justificaba la anexión de California por los Estados Unidos, porque fue llevada a cabo 3) cf. AA.VV. Remito también al cap. 5 (“El pecado estructural”) de mi obra Visión creyente del hombre, Santander 1991.
4) Véase el comentario de J. Rifkin a la obra de E. Conwdrick, The new economíc Gospel of consumption (de 1927) y el cambio de valores que supuso y que Kenneth Galbraith resumiría así: "crear necesidades y esforzarse por satisfacerlas" 0. Rifkin, 5) “Los provocadores, los tiranos, todos aquellos que de un modo u otro ofenden al prójimo, son reos no sólo del mal que cometen sino también de la perversión que llevan al ánimo de los ofendidos" (A. Manzoni, 6) O el juicio: pues los comentaristas suelen coincidir en que el cuarto evangelio tiene la forma de un juicio en el que nadie acusa, pero los reos se condenan a sí mismos. Cf. por ejemplo 0.Tuñí, 7) Curiosamente, el cuarto evangelio está lleno de argumentos aparentemente válidos para aquellos que no quieran creer en Jesús: su palabra es absurda (6,60), no guarda el sábado (9,16), ninguna de las autoridades ha creído en él (7,48), viene de Galilea y no corresponde a las Escrituras (7,42)...
8) La "Casa del Padre” hecha “casa de comercio” (2,16).
9) El tema reciente de las peticiones de perdón de la Iglesia, que Juan Pablo y antes Juan Pablo I han querido poner sobre el tapete.
10) De los dos primeros ya he hablado o se comprenden con sólo enunciarlos. Por imperativo tecnológico entiendo esa especie de compulsión por la que, en cuanto algo es técnicamente posible, hay que hacerlo y acaba haciéndose:sin más finalidad que el demostrarse que se podía hacer, y sin preguntarse si aquello es benéfico o dañino para los privilegiados de Dios que son las víctimas, para el ecosistema que constituye al mundo como creación, y para el género humano (como pasa con la clonación de seres humanos que parece ya inevitable).
11) AH, V, 14,1.
El mismo día que mataron a mons. Romero fue cuando decidí hacerme sacerdote" me confesaba hace pocos años un muchacho salvadoreño.